Prefacio

A sepia toned photo of Walt Whitman sitting in a chair in a house near an open window
Whitman at home in Camden, April 1887  
(photo Thomas Eakins?)

Prólogo 
Sección 52

Entonces, aquí, al final ¿cómo se sale el mismo poeta de su poema en el que hemos estado inmersos por horas, días, meses, años? ¿Cómo dice Whitman adiós? Conforme era de esperar, él lleva cabo uno de los más grandes actos de desapareción en toda la literatura: comienza, en frente de nuestros ojos, a alejarse “como el aire”, para ser sonsacado “hacia la bruma y el crepúsculo”, y “arrojar” su carne “en remolinos” y, en general, disiparse en el paisaje, donde lo encontraremos en todas y en ninguna parte, creciendo desde la hierba que ama, convertido en abono en la tierra bajo las suelas de las botas. Cada átomo que le pertenece nos pertenece a nosotros por igual. Es en parte halcón, gritando su “yawp” intraducible “sobre los tejados del mundo”, forma parte de las nubes que pasan rápido (el “scud”),  parte de las sombras –parte de nuestros propios cuerpos, filtrando y fortificando nuestra sangre.  (Después de todo ¿de dónde viene nuestro cuerpo? El poeta nos lo recuerda aquí una vez más: es una organización de materiales que continuamente cambia, desde las lejanías de la tierra hasta las lejanías del cosmos.) De manera que experimentamos un catálogo final de Withman a medida que el “Yo” se desliza por el margen izquierdo de la página, cada vez disolviéndose en materiales “intraducibles” del mundo –el aire, el sol, los remolinos, las cargas, la basura, la hierba, y finalmente el “tú” con quien el poema nos deja. 

Tan “intraducible” como el gemido del halcón;  el “yawp barbárico” de Whitman nos deja con un eco en el aire, una luz desvaneciéndose y con hierba bajo nuestros pies. El poeta parece estar burlándose de futuros traductores, como todos aquellos representados aquí en la página de Whitman, que descubren rápidamente la imposibilidad de transferir a otro idioma la vasta y compleja red de imágenes y palabras que es el “Canto de mí mismo”. Pero cuando Whitman dice “Yo también soy intraducible”, él está pensando asimismo cómo el “Yo”, el “yo mismo”, es definitivamente intraducible de un conjunto de materiales a otro (“traducir”, en sus raíces, significa llevar de un estado a otro). A medida que el cuerpo se descompone, el yo mismo se disipa con él, todas sus memorias, ideas y pensamientos se difunden y salen como los materiales del cuerpo que le dieron su identidad propia: nuestra vista y oído y tacto todos se evaporan regresando a las cosas que generaron esas vistas, sonidos y toques –difundiéndose, derramándose, en el mundo de donde derivaron,  liberados de los ojos, los oídos, el cerebro y la punta de los dedos, del conjunto corporal de nervios (lo que Whitman aquí llama “el cuerpo eléctrico”) que nos da lo que experimentamos como “identidad”.

Entretanto, Whitman –mientras estaba vivo y encarnado- descubrió que él mismo podría ir la deriva en las “plumosas cargas” de lo impreso (en otro poema, Whitman llamó a las palabras impresas “esas líneas tensas”, “esas curvas, ángulos, puntos”) que dejan atrás al poema con sus letras erizadas y escarpadas que configuran las palabras, las ideas, las imágenes. Su poema, entonces, se ha convertido en otra forma de encarnación, el cuerpo de la obra que Whitman nos ha dejado, en el que se ha vertido, y que ahora siempre se detiene esperándonos. Sin nosotros, es simplemente una masa de silenciosas cargas plumosas y puntos y curvas, pero con nosotros (seres humanos de cuerpo presente) esos tildes y letras de tinta se convierten en voces, nuevamente vivas. Así como el cuerpo de Whitman está ahora reciclado en otros cuerpos interminables –de plantas, de personas, de animales, de aire y tierra- así sus palabras están siendo recicladas por una interminable corriente de lectores en una continua iluminación fresca. El cuerpo descompuesto del poeta creció en hojas de hierba, y las palabras que dejó crecieron como Hojas de Hierba. Su “Yo” al final, os es entregado por completo a “vosotros” para que hagáis de él lo que queráis.

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

El halcón salpicado desciende por mí y me acusa, se queja de mi facundia y mi 
holgazaneando.

Yo también soy montaraz, yo también soy intraducible;
Sono mi yawp barbárico sobre los tejados del mundo.

Los últimos resplandores del día se detienen para mí,
Proyectan mi imagen tras de las otras y tan verdadera como cualquier en las 
sombradas selvas;
Me sonsacan hacia la bruma y el crepúsculo.

Me alejo como el aire, sacudo mi cabellera blanca hacia el sol fugitivo;
Arrojo mi carne en remolinos, la dejo flotar en plumosas cargas.

Me lego al barro para crecer en la hierba que amo;
Si en adelante me queréis ver, buscadme bajo las suelas de vuestras botas.

Apenas sabréis quién soy ni lo que significo,
Pero sin embargo, para vosotros yo seré la buena salud,
Y filtraré y fortificaré vuestra sangre.

Si no podéis alcanzarme en seguida, quedad animados;
Si no me halláis en un lugar, buscadme en otro,
Me detengo en algún lado, esperándoos.

Afterword

Epílogo

Otra crisis constitucional ha trascurrido y el Monumento Nacional de las Bóvedas de la Efigie)/Effigy Mounds National Monument, en el Noroeste de Iowa, ha abierto sus puertas nuevamente. Un guía recita la historia de los Americanos nativos, que vivieron al lado del Alto Río Mississippi : cómo cazaron y pescaron, cosecharon bayas y nueces, fabricaron instrumentos, cantaron y bailaron. En los bosques y en los despeñaderos existen cientos de montículos, algunos con la forma de aves y osos, otros surgiendo del suelo como bóvedas, largas líneas rectas, o una combinación de ambas –un registro visible de 10,000 años o más de la residencia  humana en esta tierra. Los indígenas edificaron estas bóvedas para enterrar a sus muertos, pacificar a los espíritus, y mantener la armonía con la tierra, el río y el cielo. Inexplicablemente, dejaron de edificar las bóvedas en algún momento del siglo XIV. Quizás algunas tribus nuevas se movieron a esta área, con ideas diferentes de cómo celebrar las vidas de aquellos que habían fallecido,  repeler la catástrofe y guardar la paz. Nadie lo puede asegurar. Yo estoy caminando por este suelo sagrado con poetas y escritores de diferentes partes del mundo, discutiendo el espíritu del lugar, la historia de la migración humana, la guerra civil en Siria, los microrrelatos de Alice Munro, una primera novela aceptada para su publicación, las nubes aumentando en el oeste, una balsa en el río: llámenlo el “chismosear del camino” literario. Tengo en mente un mapa que rastree las rutas que hicieron los hombres y mujeres que dejaron sus casas en África para instalarse en Europa y Asia, Australia y las Américas, trayendo sus historias, cantos, rituales a los accesos distantes de la tierra, juntándos en un tejido de conecciones artísticas, culturales y sociales, sin mencionar la mera configuración física de nuestros cuerpos. Estos espíritus intrépidos son parte de quien soy yo, llevándolos en mis genes; las súplicas y peticiones que hago a Dios y a los seres queridos; los árboles, el río y el cielo que participan en mi caminata bajo el sol. Mi pies se atasca en un hoyo cubierto por hojas, cerca de la bóveda de una tumba y se me ocurre que pude haberme doblado la rodilla aquí hace mucho tiempo. Acaso las consecuencias fueron terribles en aquel momento.  ¿Me dejaron atrás mis camaradas desde el comienzo de la cacería? ¿Me sepultaron con el punzón de un hueso de pájaro?

Estas reflexiones, estas improvisaciones sobre el origen de la poesía Americana, tienen un solo diseño: el de acercarlos a Uds. a mí, no en el “abrazo amargo de la mortalidad”, pero conciente de la creencia de Whitman de que la muerte nos desata, como nos desatamos de esta página, aunque sea brevemente. La travesía no acaba. Yo también “Me detengo en algún lado, esperándolos” 

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Pregunta

En casi todas las copias de la primera edición del “Canto de mí mismo”  (1855) falta el punto en el mero final del poema; sólo las primeras copias de la imprenta tenían el punto, y luego la pieza floja del logotipo se cayó. Durante un siglo y medio, los lectores creyeron que la ausencia de tal punto fue una omisión intencional por parte de Whitman. Si leemos el poema sin punto al final ¿cómo cambia eso nuestro modo de responder a las últimas palabras de Whitman?