Prefacio

"Waiting responses from oracles, honoring the gods, saluting the sun, Making a fetich of the first rock or stump, powowing with sticks in the circle of obis..."
"Waiting responses from oracles, honoring the gods, saluting the sun,
Making a fetich of the first rock or stump, powowing with sticks in the circle of obis..."

(Grinding medicine--Zuni. Photo E. Curtis, c:a 1903)

Sección 43

Ahora Whitman regresa a las preocupaciones que resaltó en la sección 41 donde acogió todas las variedades y tipos de religión. Aquí él cataloga con un detalle extraordinariamente físico, las actividades rituales de devoción religiosa de miles de años, desde los primitivos devotos del sol hasta los ministros itinerantes de su propia época (conocidos como “jinetes del circuito” porque circundaban alrededor del circuito de las diferentes congregaciones, exactamente como Whitman aquí se enreda en un “circuito de circuitos” yendo de una práctica religiosa a otra). Se mueve de Asia a Grecia a los Estados Unidos, “Abarcando los cultos antiguos y los cultos modernos y todos los que existieron entre los antiguos y los modernos”. Las acciones del poeta nos hacen regresar a los versos iniciales del “Canto de mí mismo”: “y lo que me atribuyo, también atribuídoslo vosotros”. Las creencias religiosas han sido una de las fuerzas más divisivas en la historia de la humanidad, incontables guerras se han librado y continúan librándose a causa de las complejidades y diferencias de creencias. Y los combates, por supuesto no se han librado sólo entre las mayores religiones del mundo, sino también entre sectas y denominaciones de cada una de esas religiones. Whitman se pregunta aquí ¿qué pasaría si una identidad las aceptase a todas, incluso a la “atea” falta de fe de los “abatidos dudadores”? ¿Cómo puede una identidad singular ser tan inclusiva que acepte las creencias y dudas conflictivas de cada uno en la tierra?  

La respuesta de Whitman es tan simple como sublime. No importa cuán religiosos hemos sido, todos hemos enfrentado “la angustia,  la duda,  la desesperación y  la incredulidad”; en algún momento,  todos hemos sido afectados por las “sangrientas aletas de los escépticos y de los lúgubres melancólicos”. Una “aleta” es la poderosa aleta de la cola de una ballena que puede usar para destruir a quienes la persigan, pero la palabra “aletas” puede también referirse a las púas de los arpones utilizados para matar a la ballena: nosotros tratamos de arponear nuestras dudas, pero nuestras dudas también pueden levantarse para destruirnos. Whitman por lo tanto ofrece una fe sin dudas, “la fe más vasta y tenue de las fes”, una fe en la materialidad completa del momento presente en el que vive. Esa fe –una fe en su propio cuerpo físico y en las cosas físicas que encuentra a su alrededor- le da fe en una “vida después de la muerte”, una materialidad mucho antes de que este momento presente se haya sumergido en el pasado.

La fe de Whitman, por lo tanto, le permite saber que el pasado entero se ha fusionado, mezclado y reorganizado para producir este momento particular que llamamos el presente. Multitudes de ideas y creencias y dudas y fisicalidades se han abonado, derretido en este momento. Cada cosa  -cada idea por loca que sea, cada niño y hombre y mujer, no importa cuán jóvenes hayan muerto, no importa cuán sin meta o enfermos hayan estado, cada pequeño “saco” que flota por el agua y no es nada sino un deseo voraz microscópico, cada   “insignificante brizna que se conozca”-  contribuye su parte a lo que existe aquí en el presente físico (ese flash de tiempo en curso que es el único tiempo en que la vida existe). El presente, momento material contiene literalmente todo lo  del pasado y todo lo del futuro: “cada átomo que te pertenece también a mí me pertenece”. El tener la más “tenue de las fes”, entonces, una simple fe en el mundo alrededor nuestro que podemos tocar y ver y escuchar y oler y saborear, es tener la “más vasta de las fes”, un conocimiento de que ha habido otros momentos presentes tan reales y físicamente presentes como el que ahora estamos experimentando en este momento, y el conocimiento de que van a existir  otros momentos presentes muy reales, encarnados en otros cuerpos vivos muy reales, como los nuestros, mientras leemos este poema escrito por un poeta que una vez estaba encarnado  y ahora no lo está. Nosotros somos su “vida después de la muerte”.

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

Yo no os odio, sacerdotes de todos los tiempos, de toda la tierra,
Mi fe es la más vasta y tenue de las fes,
Abarcando los cultos antiguos y los cultos modernos y todos los que fueron entre 
los antiguos y los modernos;
Creyendo que volveré sobre el haz de la tierra después de pasados cinco mil años;
Esperando las respuestas de los oráculos, honrando a los dioses, saludando al sol;
Convirtiendo en fetiche la primera roca o el primer tronco que encuentro, 
haciendome powwow con palos en el círculo de obis;
Ayudando al lama o al bracmán a preparar los lampadarios de los ídolos;
Bailando ya por las calles en una procesión fálica; un gimnosofista, embelesado y 
austero en el bosque;
Bebiendo el hidromiel de la copa craneana, admirando los Shastas y los Vedas, 
obedeciendo el Corán;
Andando por el teocalli, manchado con la sangre desde el puñal y la piedra, 
redoblando un tambor hecho con una piel de serpiente;
Aceptando los Evangelios, aceptando al que fue crucificado, sabiendo, sin duda 
alguna, que es divino;
A la misa arrodillando o levantándome a la oración de los puritanos, o 
permaneciendo sentado en un banco, pacientemente;
Delirando y espumarajeando en un acceso de demencia, o esperando como muerto 
a que mi espíritu me despierte;
Pasando mis miradas sobre las losas y por el paisaje, o más allá de las losas y del 
paisaje;
Perteneciendo a los vagabundos del circuito de los circuitos.

Miembro de ése grupo centrífugo y centrípeto, ahora me vuelvo y hablo como un 
hombre que deja órdenes antes de comenzar un viaje.

Sombríos, escépticos, insulsos y excluídos dudadores,
Frívolos, lúgubres, abatidos, iracundos, afectados, melancólicos, ateos;
Os conozco a todos, conozco los mares de la angustia, de la duda, de la 
desesperación y de la incredulidad.

¡Cómo chapotean las aletas!
¡Cómo se retuercen rápidas como el rayo, con espasmos y chorros de sangre!

Serenaos, sangrientas aletas de los escépticos y de los lúgubres melancólicos,
Yo tomo mi lugar entre vosotros tanto como entre cualquier gente;
El pasado es el empujón para todos, para vosotros, para mí, en la misma manera,
Y lo que ya no hemos probado y lo que aún nos espera más alla es para vosotros, 
para mí, para todos en la misma manera.

No se lo que no hemos probado y lo que aún nos espera más alla,
Pero sé que va en su propio tiempo a demostrarse suficiente, y que no nos fallará.

Nos tendrá en cuenta a todos: a los que pasan corriendo y a los que se quedan 
sentados; no puede fallarle ni a uno.

Ni el joven que murió y yace ahora sepultado,
Ni la doncella que murió también y fue con él enterrada,
Ni el niño que se asomó un instante a la puerta, se fue luego y no lo vimos más,
Ni el viejo que ha vivido sin objeto, con una amargura peor que la hiel,
Ni el pobre hombre de la guardilla que acabó tuberculado por el ron y la mala 
dolencia,
Ni los innumerables muertos y ahogados, ni el rantifuso koboo a quien llamaron 
estiércol de la sociedad,
Ni los sacos flotando sin sentido con las bocas abiertas para que entre la comida,
Ni cualquiera cosa de la tierra, o que haya quedado en la tumba más antigua de la 
tierra,
Ni cualquiera cosa en las miríadas de esferos en el espacio, ni las miríadas de 
miríadas de seres que los habitan,
Ni del presente, ni la más insignificante brizna que se conozca.

Afterword

Un festival de verano en la costa de un pueblo de New England. Iluminado por el sol, cielos azules y aire salino. Turistas y gente del pueblo, algunos empujando coches de bebé, otros comiendo helado o bebiendo café, van pasando las carpas blancas donde los vendedores ofrecen paisajes marinos, vitrales, productos de panadería y confitería.  Muchos paran a observar la Roca de Plymouth, donde los peregrinos del Mayflower supuestamente desembarcaron en 1620.  En el muelle, está colocada en el amarradero una réplica del barco mercante que los trajo al Nuevo Mundo, con actores haciendo los papeles de compañeros de tripulación y pasajeros, recitando una versión de la historia que se les enseña a los niños americanos en la escuela. El Documento del Mayflower figura grandemente en cualquier narración de cómo los hombres adultos, tanto santos como extraños (términos que designan, respectivamente, a los creyentes y a los que emprendieron el peligroso viaje buscando negocio o aventura), se comprometieron mientras estaban a bordo del barco “a una alianza y a unirse todos ellos juntos en un cuerpo civil político”. Allí estaba la piedra fundamental de la democracia, el origen de la nueva fe que Whitman ensalza en esta sección.

Lo que le llama la atención al lector es el rango de referencias que el poeta emplea en su catálogo de sistemas de creencias antiguas y modernas, cada una de las cuales contribuye a su revelación de que el individuo es la medida del cosmos. Él junta a cada una de las religiones para preparar el terreno para “lo que no hemos probado y lo que aún nos espera más allá”, lo que nos será suficiente para todos nosotros,  ahora “ayudando al lama o al brahmán a preparar las lámparas de los ídolos”, ahora “bebiendo el hidromiel de la copa craneana”, ahora “permaneciendo sentado en un banco, pacientemente”. Y más en “los mares de la angustia, de la duda, de la desesperación y de la incredulidad” hay una fuerza que alcanza la cima en todos nosotros a cada momento, el aquí y el ahora.  El arrebato de sus versos nos enseñará cómo montarla.

William Bradford, uno de los que firmaron el Documento del Mayflower y gobernador de la Colonia Plymouth, escribió: “como una pequeña candela puede iluminar a mil, así la luz aquí encendida ha brillado sobre muchos, sí, en cierta manera sobre toda nuestra nación”. Whitman convirtió esa candela en un canto.

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Whitman estaba bien consciente de que escribía su poema para lectores que no existían cuando escribió el poema.  De un modo muy real, entonces, nosotros somos para Whitman, “la vida después de la muerte”. No teníamos cuerpos, identidades, cuando él vivía, pero él tenía fe en que íbamos a surgir de las identidades y cuerpos que dejaron atrás él y todos los que vivían hace 150 años. ¿Qué modalidades físicas tú ves que reflejan tu propio cuerpo y los cuerpos de los que ahora viven de los restos materiales de los cuerpos que alguna vez vivieron, y qué señales tú ves que indican que tú estás viviendo de las ideas,  creencias, dudas, éxitos y errores de aquellos que ahora están muertos? ¿Puede construirse la fe religiosa sobre una base tan materialística –que el mundo físico simplemente sigue transformándose y alterándose en un interminable presente en desarrollo (siendo éste el único lugar donde “la vida después de la muerte” puede ocurrir)?