Prefacio

A black and white photo of Walt Whitman sitting in a chair.
"I know perfectly well my own egotism,
Know my omnivorous lines and must not write any less,
And would fetch you whoever you are flush with myself."

"Sé perfectamente mi propia egolatría;
Sé lo omnívoros que son mis versos, y que debo escribir tanto,
Y mi anhelo sería elevaros, quienquiera que seáis, a mi propio nivel."

 (Photo B.F. Kenny, 1881)

Prólogo 

Sección 42

Al ingresar en el final de la quinta parte del poema, Whitman convoca a su voz para el clímax, como un cantante de ópera que se prepara para el aria final. Es “una llamada en medio de la multitud”, una voz lanzada entre las “gentes a mi alrededor”. Whitman siempre está preocupado por el persistente problema democrático del individuo y de la comunidad, el uno y los muchos, que él llamó “la simple persona separada” y “En-Masse”.  El secreto del éxito democrático está en la negociación del siempre cambiante énfasis en los derechos de una persona versus los derechos de todos, y esta negociación está estrechamente atada al problema de cómo mantenemos nuestra identidad singular separada cuando simpatizamos completamente con todos los otros. Ésta es la razón por la cual Whitman siempre enfatiza el “Yo” empático, un Yo que puede ver en sí mismo el potencial de ser cualquier otro en la cultura, que puede sentir dentro del yo individual la variedad de los “Yo” visible en la nación. Cada uno de nosotros, sugiere Whitman, es un “Estados Unidos”, una identidad compuesta de muchas identidades diferentes, voces discordes, estados de ánimo variados, ideas conflictivas. Así el poeta imagina que su voz se alza sobre el coro pero en armonía con él, hablando con y por “la multitud” que lo rodea y ayuda a definirlo; no habla sólo de sus íntimos sino de aquellos que le son extraños (aquella multitud de gente que no “son de mi hogar”).

Whitman crea con su repetido “siempre/nunca” un sentido de recurrencia eterna y cambio que ha observado y celebrado a lo largo del poema: la vida continúa, las personas nacen y las personas mueren, y, sin embargo, son “siempre” lo mismo “los que comen y los que beben”, las mismas preguntas “inexplicables” que generación tras generación se formulan y nunca se responden, los mismos insistentes deseos (“el gemido de la picazón y del hambre”), la misma maldad y bondad, el mismo amor, la misma muerte; todo es un solo “líquido de vida” que fluye, como un río de día a día es un río totalmente diferente (las aguas han cambiado completamente) y, sin embargo, es el mismo río. “Mi cabeza gira en mi cuello”, dice el poeta, captando la siempre cambiante y desdoblante perspectiva de este poema, sus versos como ojos y oídos están continuamente cambiando su enfoque y dirección.  

Recordándonos nuevamente que “Canto de mí mismo” es primordialmente un poema urbano, Whitman nos entrega los versos perfectos sobre ser un Yo singular dentro de  muchos: “Ésta es la ciudad y yo soy uno de sus ciudadanos”, cuyas impresiones e intereses se entrecruzan y sobreponen, creando potencialmente una experiencia de unidad democrática. El poeta por lo tanto nos presenta su más  fuerte protesta contra la distribución no equitativa de la riqueza en la sociedad (su propia época, especialmente en los años siguientes a la Guerra Civil, creó una disparidad en la riqueza que ha sido equiparada sólo recientemente con nuestra propia época de políticas económicas y sociales que favorecen a Wall Street y a los ricos). Su ataque dirigido ya no tanto a la injusticia económica como a los efectos dañinos del amor por el dinero en cada uno, rico o pobre. Nadie tiene llegada a la fiesta, a los placeres del mundo, porque cada uno (rico y pobre) ve etiquetas de precio y valores de cambio. Whitman nos pinta una escena proto-zombie de la ciudad de caminantes muertos, con monedas en sus ojos (se ponían monedas en los ojos de los muertos para mantenerlos cerrados, pero estos caminantes muertos en la actualidad parecen tener monedas en vez de ojos). Una obsesión monetaria crea una muerte en vida, crea unos pocos ricos que alimentan su avaricia con cucharadas desde su cerebro, que reclaman mucho más de lo que pueden usar a costo de los muchos que trabajan duro pero reciben poco de regreso, convirtiendo sus vidas en una rutina mortal. Pero el poeta se ve a sí mismo incluso entre estos “innumerables hombrecillos”. Como en sus notas originales para el “Canto de mí mismo”, Whitman escribió que él sería “el poeta de los esclavos y de los patronos de los esclavos”, así será el poeta del pobre y del rico, tratando de que se abran los ojos a la locura de las jerarquías de poder injusto como esclavo y patrón, persona rica y pobre. El rico y el pobre, los patronos y los esclavos, todos tienen cuerpos, todos tienen deseos, todos viven esta vida, y los “versos omnívoros” del poeta van a tratar de “elevaros, quienquiera que seáis, a mi propio nivel”.  

Así Whitman acaba esta asombrosa sección con un catálogo de formas externas –libros, fotografías, barcos, casas- y nos recuerda poderosamente que todas ellas son formas externas del vivir, del respirar, de seres humanos con sus cuerpos. Nosotros tendemos a concentrarnos en cosas, productos, en vez de los cuerpos vivientes que los producen. El poeta nos recuerda el modo cómo cada producto nos señala, nos empuja, de regreso a la vida que los produjo. Muy frecuentemente nos concentramos en los signos, los objetos, las re-presentaciones, pero no en la vida que le otorga sentido a cada signo y representación. Miramos hacia arriba y lejos –al cielo, al pasado (“los santos y los sabios de la historia”), a lo abstracto (“los sermones, los credos, las teologías”) –cuando deberíamos estar viendo hacia abajo, hacia lo que es real y corriente. Su poema, él lo promete, no trata de convertirse en una cosa hermosa sino que trata de recobrar lo que está atrás de las palabras (el poeta de cuerpo) y lo que está sobre ellas (el lector de cuerpo) y crear un sentido mágico de los cuerpos descargándose uno en el otro:  el poeta y tú “quienquiera que seas”.

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

Un grito en medio de la multitud;
Mi propia rotunda voz, arrolladora y final.

Venid, hijos míos,
Venid, mis muchachos y muchachas, mujeres mías, familiares y amigos,
Ahora el cantante lanza su nervio, ha pasado el preludio de las flautas interiores.

Los acordes sencillos de componer, de dedos ligeros -- siento el retumbo de su 
climax y fin.

Mi cabeza gira en mi cuello,
La música trepida, pero no desde el órgano,
Hay gentes a mi alrededor, pero no son de mi hogar.

Siempre la dura llana tierra,
Siempre los que comen y los bebedores, siempre el sol levante y el sol poniente, 
siempre el aire y las incesantes mareas,
Siempre yo y mis vecinos, refrescantes, pícaros, reales,
Siempre la vieja pregunta inexplicable, siempre este espinado dedo, el gemido del 
picazón y del hambre,
Siempre el azuzador ¡hala, hala!, hasta que descubrimos al taimado y lo hacemos 
salir,
Siempre el amor, siempre la sollozante linfa de la vida,
Siempre el pañuelo que sujeta la mandíbula del difunto, siempre los caballetes de 
la muerte.

Aquí y allí, con monedas en los ojos andando,
Para satisfacer la gula del vientre, el cerebro dando cucharadas,
Boletos comprando, tomando, vendiendo, pero a la fiesta nunca yendo,
Gentes que sudan, que aran, que trillan; y que reciben la paja como sueldo,
Los pocos ricos, perezosamente reclamando el trigo sin cesar.

Esta es la ciudad y yo soy uno de sus ciudadanos,
Lo que interesa a los demás, me interesa a mí; la política, las guerras, los 
mercados, los periódicos, las escuelas,
El alcalde y los concejos, los bancos, las tarifas, los navíos, las fábricas, las 
acciones, las tiendas, los bienes muebles y los bienes inmuebles.

Los innumerables hombrecillos que trotan metidos en sus cuellos y en sus trajes 
coludos,
Sé muy bien quienes son, (no son gusanos ni pulgas,)
Reconozco en ellos las copías de yo mismo, el más débil y vacío es inmortal 
conmigo;
Lo que hago y digo les atañe igualmente;
Cada idea que se agita en mí, se agita igualmente en ellos.

Sé perfectamente mi propia egolatría;
Sé lo omnívoros que son mis versos, y que debo escribir tanto,
Y mi anhelo sería elevaros, quienquiera que seáis, a mi propio nivel.

Esta canción mía no está hecha con las palabras de la rutina,
Sino con bruscas interrogaciónes, para saltar más allá pero al mismo tiempo llevar 
más cercano;
Este libro impreso y encuadernado -- pero ¿y el tipógrafo y el aprendiz de la 
imprenta?
Las fotografías bién tomadas -- pero ¿y vuestra mujer o vuestro amigo, opreso 
sólidamente entre vuestros brazos?
Una negra nave, acorazada de hierro, con sus potentes cañones sobres sus 
torrecillas --pero ¿y el coraje del capitán y de los mecánicos?
Dentro de las casas, los platos, la comida, los muebles -- pero ¿y el señor y la 
señora de la casa, y las miradas que irradian sus ojos?
El cielo allá -- mas ¿y aquí, o la casa de al lado, o enfrente de aquí?
Los santos y los sabios de la historia -- pero ¿y tú mismo?
Los sermones, los credos, las teologías -- pero ¿y el insondable cerebro humano?
¿Y qué es la razón? ¿y qué es el amor? ¿y qué es la vida?

Afterword

Epílogo

Este poema es una articulación extendida de las preguntas que incomodan al individuo: sobre el sentido de la vida, sobre la naturaleza del amor, sobre la perspectiva del más allá. “Esta canción mía no está hecha con las palabras de la rutina”, Whitman explica en esta sección, “sino con bruscos interrogantes”. Nos invita a que ponderemos qué yace en el corazón de un libro, una fotografía, un navío de Guerra, que encuentra ser seres humanos cuyos motivos, esfuerzos, aburrimiento, resentimiento, valentía, y miedo alimentan cada iniciativa, para bien o para mal. No para él, la torre de marfil. Mira cada cosa, porque le interesa cada cosa “la política, las guerras, los mercados, los periódicos, las escuelas, /El alcalde y los concejos, los bancos, las tarifas, los navíos, las fábricas, las acciones, las tiendas, los bienes muebles y los bienes inmuebles”. Cuestiona a la opinión recibida tan ferozmente como a la sabiduría de los tiempos, lo que su mirada ilumina lo revuelve en su mente hasta que pueda ser traducido en un lenguaje para sondear las profundidades del “insondable cerebro humano”. 

Casi al final de su vida, Whitman les dijo a sus admiradores que su intención en Hojas de hierba era “equipar completamente, absorber, adquirir, de todos los rincones, sin menospreciar nada, nada siendo demasiado pequeño –ni ciencia, ni observación, ni detalle- oeste, este, ciudades, ruinas, el ejército, la Guerra (que había atravesado)-  y después de todo eso asignárselo al “crío” personal. A su voz, esto es, “su propia voz rotunda, arrolladora y final” que nos llama desde la multitud, interrumpiendo nuestras rutinas, nuestros modos de ser, desafiándonos a que veamos cerca y lejos, lo que está a la mano y lo que permanece escondido de la vista, celebrando nuestros logros y nuestras rebeldías. Él canta nuestros esfuerzos por buscarle el sentido a nuestras vidas y también a nuestra negativa por responsabilizarnos de nuestras acciones, de la persistencia y del fracaso, del mar y del cielo. ¿Por qué estamos aquí? Buena pregunta. 

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Pregunta

Toma cualquier producto que hayas comprado en las pasadas semanas y trata de escribir lo que te imagines serán las vidas –los cuerpos vivientes- de quienes lo produjeron. ¿Qué camino siguió tu dinero después de que se lo diste al cajero? ¿A qué vidas ayudó a mejorar o ayudó a destruir?