Un grito en medio de la multitud; Mi propia rotunda voz, arrolladora y final. Venid, hijos míos, Venid, mis muchachos y muchachas, mujeres mías, familiares y amigos, Ahora el cantante lanza su nervio, ha pasado el preludio de las flautas interiores. Los acordes sencillos de componer, de dedos ligeros -- siento el retumbo de su climax y fin. Mi cabeza gira en mi cuello, La música trepida, pero no desde el órgano, Hay gentes a mi alrededor, pero no son de mi hogar. Siempre la dura llana tierra, Siempre los que comen y los bebedores, siempre el sol levante y el sol poniente, siempre el aire y las incesantes mareas, Siempre yo y mis vecinos, refrescantes, pícaros, reales, Siempre la vieja pregunta inexplicable, siempre este espinado dedo, el gemido del picazón y del hambre, Siempre el azuzador ¡hala, hala!, hasta que descubrimos al taimado y lo hacemos salir, Siempre el amor, siempre la sollozante linfa de la vida, Siempre el pañuelo que sujeta la mandíbula del difunto, siempre los caballetes de la muerte. Aquí y allí, con monedas en los ojos andando, Para satisfacer la gula del vientre, el cerebro dando cucharadas, Boletos comprando, tomando, vendiendo, pero a la fiesta nunca yendo, Gentes que sudan, que aran, que trillan; y que reciben la paja como sueldo, Los pocos ricos, perezosamente reclamando el trigo sin cesar. Esta es la ciudad y yo soy uno de sus ciudadanos, Lo que interesa a los demás, me interesa a mí; la política, las guerras, los mercados, los periódicos, las escuelas, El alcalde y los concejos, los bancos, las tarifas, los navíos, las fábricas, las acciones, las tiendas, los bienes muebles y los bienes inmuebles. Los innumerables hombrecillos que trotan metidos en sus cuellos y en sus trajes coludos, Sé muy bien quienes son, (no son gusanos ni pulgas,) Reconozco en ellos las copías de yo mismo, el más débil y vacío es inmortal conmigo; Lo que hago y digo les atañe igualmente; Cada idea que se agita en mí, se agita igualmente en ellos. Sé perfectamente mi propia egolatría; Sé lo omnívoros que son mis versos, y que debo escribir tanto, Y mi anhelo sería elevaros, quienquiera que seáis, a mi propio nivel. Esta canción mía no está hecha con las palabras de la rutina, Sino con bruscas interrogaciónes, para saltar más allá pero al mismo tiempo llevar más cercano; Este libro impreso y encuadernado -- pero ¿y el tipógrafo y el aprendiz de la imprenta? Las fotografías bién tomadas -- pero ¿y vuestra mujer o vuestro amigo, opreso sólidamente entre vuestros brazos? Una negra nave, acorazada de hierro, con sus potentes cañones sobres sus torrecillas --pero ¿y el coraje del capitán y de los mecánicos? Dentro de las casas, los platos, la comida, los muebles -- pero ¿y el señor y la señora de la casa, y las miradas que irradian sus ojos? El cielo allá -- mas ¿y aquí, o la casa de al lado, o enfrente de aquí? Los santos y los sabios de la historia -- pero ¿y tú mismo? Los sermones, los credos, las teologías -- pero ¿y el insondable cerebro humano? ¿Y qué es la razón? ¿y qué es el amor? ¿y qué es la vida?
Afterword
Epílogo
Este poema es una articulación extendida de las preguntas que incomodan al individuo: sobre el sentido de la vida, sobre la naturaleza del amor, sobre la perspectiva del más allá. “Esta canción mía no está hecha con las palabras de la rutina”, Whitman explica en esta sección, “sino con bruscos interrogantes”. Nos invita a que ponderemos qué yace en el corazón de un libro, una fotografía, un navío de Guerra, que encuentra ser seres humanos cuyos motivos, esfuerzos, aburrimiento, resentimiento, valentía, y miedo alimentan cada iniciativa, para bien o para mal. No para él, la torre de marfil. Mira cada cosa, porque le interesa cada cosa “la política, las guerras, los mercados, los periódicos, las escuelas, /El alcalde y los concejos, los bancos, las tarifas, los navíos, las fábricas, las acciones, las tiendas, los bienes muebles y los bienes inmuebles”. Cuestiona a la opinión recibida tan ferozmente como a la sabiduría de los tiempos, lo que su mirada ilumina lo revuelve en su mente hasta que pueda ser traducido en un lenguaje para sondear las profundidades del “insondable cerebro humano”.
Casi al final de su vida, Whitman les dijo a sus admiradores que su intención en Hojas de hierba era “equipar completamente, absorber, adquirir, de todos los rincones, sin menospreciar nada, nada siendo demasiado pequeño –ni ciencia, ni observación, ni detalle- oeste, este, ciudades, ruinas, el ejército, la Guerra (que había atravesado)- y después de todo eso asignárselo al “crío” personal. A su voz, esto es, “su propia voz rotunda, arrolladora y final” que nos llama desde la multitud, interrumpiendo nuestras rutinas, nuestros modos de ser, desafiándonos a que veamos cerca y lejos, lo que está a la mano y lo que permanece escondido de la vista, celebrando nuestros logros y nuestras rebeldías. Él canta nuestros esfuerzos por buscarle el sentido a nuestras vidas y también a nuestra negativa por responsabilizarnos de nuestras acciones, de la persistencia y del fracaso, del mar y del cielo. ¿Por qué estamos aquí? Buena pregunta.
—CM (Traducción L. A. Ambroggio)
Question
Pregunta
Toma cualquier producto que hayas comprado en las pasadas semanas y trata de escribir lo que te imagines serán las vidas –los cuerpos vivientes- de quienes lo produjeron. ¿Qué camino siguió tu dinero después de que se lo diste al cajero? ¿A qué vidas ayudó a mejorar o ayudó a destruir?