Prefacio

Frontispiece for November Boughs (1888). Whitman liked this photogravure, despite its poor technical quality: "It has [...] air, tone, ring, color, [...] ruggedness, unstudiedness, unconventionality."
Frontispiece for November Boughs (1888)Whitman liked this photogravure, despite its poor technical quality: "It has [...] air, tone, ring, color, [...] ruggedness, unstudiedness, unconventionality."

Sección 27

Después de las secciones que trataban sobre la vista, voz y oído, Whitman gira su atención en ésta y las dos secciones siguientes al tacto, el más disperso de nuestros sentidos, el único que no está ubicado en la cara (donde la vista, el oído, el gusto y el olfato, todos tienen conexiones directas con el cerebro) sino que está difundido por toda la superficie del cuerpo. Whitman comienza haciéndose nuevamente una de sus preguntas más básicas: “Existir, en cualquier forma, ¿Qué es eso?” Todos nosotros vivimos moviéndonos, alterando formas físicas, cambiando segundo tras Segundo al ingerir piezas del mundo y transformar ese nutriente en cuerpo. Como Whitman ha demostrado una y otra vez en el poema que cada uno de nosotros es un campo de átomos cambiantes de una forma interminable y que han estado aquí desde el origen del universo y lo estarán hasta el fin (si alguna vez finaliza), de manera que la forma particular en que existimos en el momento no es lo que es importante. Lo que es importante es darse cuenta que la materia va “girando y girando”, siempre intercambiando, reconfigurándose, viviendo, muriendo, y re-naciendo. Incluso la almeja de Nueva Inglaterra (con su antiguo nombre aborigen de “quahaug”) sería un milagro suficiente si la evolución no hubiese procedido más allá de ser un molusco bivalvo. La almeja, por supuesto, puede encerrarse, retirar sus tentáculos sensitivos a su concha insensible y entonces permanecer inmune al tacto. Pero no es el caso de Whitman ni nuestro; nosotros no tenemos caparazón y nuestra cobertura –nuestra piel- está en contacto con el mundo siempre. Nosotros tenemos “hilos conductores rapidísimos por todo nuestro ser”. Whitman utiliza aquí el recientemente inventado lenguaje de la electricidad para captar el modo cómo los receptores de los sentidos del cuerpo son como pararrayos que reciben y dirigen las corrientes de la experiencia a través del yo. En otro de sus poemas, Whitman lo llama “el cuerpo eléctrico”. Nuestra piel está tan llena de receptores de los sentidos que la mera provocación o presión a alguna parte de nuestro cuerpo nos conforta, nos excita, y –fuera de nuestras conchas, vivos y despiertos al mundo- la experiencia de tocar a nuestro cuerpo completamente con otro cuerpo nos lleva a los verdaderos límites de nuestra identidad, siendo “algo que apenas puedo soportar.”

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

Existir, en cualquiera forma, ¿Qué es éso?
(Todos vamos, girando y girando, y siempre volvemos allá,)
Si sólo hubiese desarrollado una almeja en su endurecida valva, esto sería 
bastante.

La mía no es valva endurecida;
Poseo hilos conductores rapidísimos por todo mi ser, ya esté quieto o en marcha,
Se apoderan de las cosas todas e intactas las llevan a través de mi ser.

Sólo rozo, palpo, siento con mis dedos, y soy feliz;
Tocar mi cuerpo a el de otra persona es algo que apenas puedo soportar.

Afterword

Epílogo

Un director de teatro iraquí una vez me dijo en una visita a la ciudad de Nueva York que él a propósito chocaba con diversas personas en la vereda para evaluar sus reacciones. Los americanos, concluyó siempre piden disculpa –una observación que hubiese sorprendido a Whitman, quien muy posiblemente no hubiese pedido perdón, y podría a lo mejor haber sorprendido al extraño abrazándolo. “Oh, saborea y ve que el Señor es bueno”, dice el Salmista –un imperativo que Whitman sigue conforme a sus propias luces en este salmo del yo democrático, sustituyendo Vida por el Señor, viendo las cosas en esta sección a través de la agencia del tacto, saboreando el mundo. Él no se aparta de nadie.  

No mucho después de mi conversación con el director en Bagdad, viajé a Kurdistán, en el norte de Iraq y durante una mañana en un paseo por un valle verde a raíz de lluvias primaverales, a las afueras de una villa que estaba ubicada entre dos austeras cadenas de montañas, mi amigo de golpe dio un frenazo evitando lo que yo pensé ser una roca grande. Allí en medio de la ruta estaba una  tortuga (nacida por lo que yo infiero durante la vida de Whitman), totalmente inconciente del tráfico, o al menos eso es lo que parecía, su cabeza apenas saliendo de su caparazón. “La mía no es valva endurecida”, dijo el poeta, traduciendo cada una de sus sensaciones en un canto. Mi amigo y yo miramos a esa hermosa criatura, emparentada con la “quahaug” y el molusco y en realidad con cada forma de vida, cada una parte del todo al cual todos nosotros pertenecemos desde el comienzo y el después;  porque teníamos otro lugar a donde ir, seguimos manejando.

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Pregunta

La mayoría de los idiomas poseen cierto grupo de imágenes que relacionan a los seres humanos con almejas u ostras u otras criaturas cubiertas. En inglés, decimos que alguien que no va a hablar, que ha “cerrado el pico”. Una persona tímida se puede “retirar a su caparazón”. ¿Cuál es el valor de estas figuras del idioma? ¿Es la suposición de Whitman de que los seres humanos viven en una piel que es continuamente sensible al mundo, verdad de acuerdo a tu experiencia o también son importantes los caparazones imaginados?