¿Y es esto un tacto? Vibrándome a una nueva identidad; Llamas y éter precipitándose por mis venas-- Traicionero punto de mí mismo, extendiendose y apiñandose a ayudarles; Mi cuerpo y mi sangre emitiendo rayos para golpear a lo que apenas se diferencia de mí; Por todas partes, lascivos incitadores que endurecen a mis miembros, Estirando la ubre de mi corazón para extraerle la escondida gota; Incitadores que se comportan desvergonzadamente conmigo, ignorando mi negación; Me privan de lo mejor de mí mismo, con una intención; Desabrochando mi ropa, sujetándome por la desnuda cintura, Alucinándome, en mi confusión, con la calma del sol y de los prados, Desplazando sín decoro a los sentidos compañeros, Los cuáles sobornaron para cambiar sitios con el tacto e irse a mis márgenes a pacer; Sin consideración, sin atención a mi menguante fuerza o mi ira; Llaman al resto de la manada para que se divierta un rato, Y, al fin, todos se juntan en un promontorio para atormentarme. Los centinelas abandonan todas las otras partes de mi ser; Me entregan inerme a un merodeador sanguinario; Todos vienen al promontorio para ver y ayudar contra mí. Me dejan, los traidores; Charlo al azar; he perdido mi entendimiento; yo y nadie más que yo soy el gran traidor; Yo mismo me fui ante todos al promontorio, mis proprias manos me llevaron allí. ¡Tú, tacto maldito! ¿Qué me haces? mi aliento se agarra en su garganta; Afloja tus puertas, eres demasiado para mí.
Afterword
Epílogo
¿Quiénes o qué son los centinelas del promontorio, siendo testigos de las tribulaciones del hombre atrapado en los estertores de la pasión? Estas figuras vívidas de la imaginación erótica de Whitman, esta manada de espíritus animales conduciéndolo a un amante o a él mismo, estos provocadores (dentro y fuera) que traicionan con besos y caricias, desmarcan al poeta, “Vibrándo(lo) a una nueva identidad”. Es llevado en un resurgir de sentimiento a un promontorio imaginado al lado del mar, y allí “inerme ante un merodeador sanguinario;”, se convierte en cada uno y en ninguno. Ah, pero el tacto. ¡Qué fácilmente somos engañados! Y ¡cómo anhelamos los placeres malvados del contacto humano, incluso con los centinelas vigilándonos las inhibiciones, personales y colectivas, que se interponen en el camino de nuestra verdadera felicidad!
Dentro de las declaraciones más provocativas que hizo el poeta ruso Joseph Brosky está su afirmación, en un ensayo-reseña sobre Constantino Cavafy que el noventa por ciento de la mejor poesía lírica ha sido escrita post-coito, una estadística derivada, presumiblemente de su experiencia, la lectura y quizás la evidencia anecdótica de sus amigos. (¡Es difícil imaginar el concebir, y más aún, el llenar una encuesta que genere información confiable con respecto a los hábitos de trabajo de los poetas!). En esta sección Whitman no parece estar escribiendo la secuela inmediata de una experiencia sexual, sino el acto en sí, de allí la mélange de imágenes extrañas: carne y sangre transformadas en relámpagos, la ubre de su corazón, los sentidos pastando en los bordes del yo. Su “Canto de mí mismo” ahora requiere la disolución del yo, la unión y dispersión de sus átomos sobre los centinelas, el promontorio, y el mar: la petit mort, el eufemismo francés para el orgasmo; la pequeña muerte. El Yo está en todas partes.
—CM (Traducción L. A. Ambroggio)
Question
Pregunta
¿La experiencia de tocar que Whitman describe aquí es lo suficientemente específica de manera que tú puedas relacionarla a experiencias particulares que hayas tenido? ¿O es lo suficientemente general como para describir virtualmente cualquier experiencia intensa de tocar a alguien o a algo? ¿Cuáles de sus imágenes encuentras particularmente evocativa y por qué?