Prefacio

Whitman in New Orleans, 1848 (a daguerreotype; photographer unknown).

Whitman in New Orleans, 1848 (a daguerreotype; photographer unknown).

Sección 26

Así como la sección 25 trató sobre la vista y la voz, esta sección 26 trata sobre el misterio del oír. Abrimos los ojos y nos penetra la experiencia visual, vasta y continua. Los oídos, sin embargo, nunca se cierran: los sonidos del mundo incesantemente se transportan a sí mismos hasta adentrarse en nuestro mero ser en ondas. De manera que aquí Whitman hace una pausa para escuchar y absorber los sonidos del mundo alrededor suyo conforme se mezclan (“todos los ruidos marchándose juntos”) en el canto de sí mismo. Como con los ojos, así los oídos le traen al yo un conjunto cacofónico de experiencia, desde los sonidos del trabajo, al de las campanas de alarma, al de las discusiones, al de los gritos pidiendo ayuda, al de las óperas, al de marchas fúnebres. Todas son un “coro” compuesto de los interminables sonidos conflictivos de la vida, y esta música variada “le cae bien” al poeta.  

Whitman acaba la sección con una notable evocación de la experiencia profundamente sensual de escuchar una “gran ópera”. A Whitman le gustaba ir a la ópera y escribió críticas destacando los efectos sublimes que la ópera le causaba. Aquí  la orquesta y el consumado tenor y soprano lo llevan a un éxtasis imaginario, un “ex-tasis” literal, un colocarse fuera de sí mismo, mientras siente la música, con sus cambiantes registros emocionales, rotándolo hacia el sistema solar y luego llevándolo sobre los océanos y luego lanzándolo en una violeta granizada. La experiencia es al mismo tiempo intensamente sexual y mística. Al escuchar como las voces operáticas entrenadas mantener ciertas notas que los mortales ordinarios no podrían sostener, él siente cómo su propia tráquea se restringe y pierde su aliento, para ser soltado a último momento y, al recobrarse, sentir el misterio más profundo de todos, “el enigma de los enigmas” que llamamos “ser”. Como lectores, tomamos conciencia que nuestra experiencia al absorber el “Canto de mí mismo” de Whitman a través de nuestros propios oídos y ojos es una experiencia sensual comparable, dejándonos sin respiración y a punto de acceder a respuestas para nuestros interrogantes más agudos.

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

Ahora no haré nada sino escuchar,
Para acrecentarle a este canto con lo que oiga; para permitir que los sonidos del 
mundo contribuyan a él.

Oigo los bríos de los pájaros, el bullicio del trigo que se yergue, el cuchicheo de 
las llamas, el chasquido de los leños que cuecen mi comida;
Oigo el sonido que amo, el sonido de la voz humana;
Oigo todos ruidos marchandose juntos, mezclandose, fundidos o disgregados;
Los ruidos de la ciudad y los ruidos afuera de la ciudad, los ruidos del día y de la 
noche;
Muchachos habladores con aquellos que los aman, la alta risa de los trabajadores a 
la hora del yantar;
El agrio bajo de la amistad deshecha, los tenues tonos de los enfermos;
El juez con las manos agarradas a la mesa, sus labios pálidos pronunciando una 
sentencia de muerte;
El <<¡Tirad!>> de los estibadores que descargan los barcos amarrados al muelle, 
el estribillo de los que levantan el ancla;
El tañido de las campanas de alarma, el grito de <<¡Fuego!>>, el zumbido de las 
apuradas máquinas y de los carros de bomberos, con sus tintineos y sus luces de 
colores pidiendo paso;
El silbato de vapor, la pesada rodadura del tren de vagones acercando;
La marcha lenta tocada al frente de la asociación, sus miembros caminando de dos 
en dos,
(Van a hacer guardia ante algún cadáver; hay negra muselina cubriendo las 
banderas.)

Oigo el violoncelo, (es el lamento del corazón adolescente);
Oigo el cornetín que mana rapidamente por mís oídos;
Agita a mis entrañas y mi pecho con locas, dulces punzadas.

Oigo el coro--es a una gran ópera;
Ah esta es verdaderamente la música--a mí me gusta.

Un tenor, fuerte y vivo como la creación, me rellena;
La órbita flexible de su boca se desahoga, llenandome hasta arriba.

Oigo la adiestrada «soprano» (¿Qué obra con la suya es ésta?)
La orquesta me arrebata más allá de la órbita de Urano;
Arranca de mí tantas ardores--no sabía que las tenía;
Me hace volar sobre el mar cuyas ondas indolentes rozan mis pies desnudos;
Me asaetea una granizada aguda y enfadada, pierdo la respiración,
Sumergido en un baño de melado morfina, mi tráquea se estrangula en muerte 
simulada;
Al fin, me siento libertado para sentir el enigma de los enigmas,
Y lo que llamamos Ser.

Afterword

Epílogo

En el punto medio de este poema, este almanaque del yo, con el reconocimiento de los límites del escribir y el hablar ya detrás suyo y el futuro aún por determinar, Whitman decide “no hacer nada sino escuchar” y lo que escucha en el espacio en blanco entre la primera y la segunda estrofa son sonidos que contribuirán a lo que resta de su canto, comenzando con una alborotada expresión de júbilo –“ los bríos de los pájaros, el bullicio del trigo que se yergue, el cuchicheo de las llamas, el chasquido de los leños que cuecen mi comida”. Después viene una letanía de voces humanas, cada una de las cuales él llama, incluso la del juez “pronunciando una sentencia de muerte”. Especialmente el juez, la figura más vívida de esta sección, por cuanto cuando paramos para recobrar nuestro aliento, cuando realmente escuchamos el pulso de nuestras venas, podríamos oír cierta versión de su voz leyendo el veredicto que nos entregaron al nacer. ¿Hay acaso un modo mejor de acarrear nuestra sentencia común, aunque aún quede mucho tiempo, que el de escuchar su música, que se transfigura con el tiempo? Esto es lo que el poeta hace en su evocación de la ópera: como el cornetín “agita (sus) entrañas y pecho” y el tenor lo llena, y el soprano trabaja con la orquesta para arrancar ardores desconocidos de su alma. W. D. Snodgrass hizo una sugerencia incitante sobre el origen de la poética de Whitman: que en la conjunción de los diferentes ritmos de la opera y la danza del vientre, actuaciones que atendía tan frecuentemente como le era posible durante su residencia en Nueva Orleans, Whitman aprendió cómo transcribir la música de la creación y sentir “el enigma de los enigmas que llamamos Ser”. Ahora lo escucharemos en su totalidad.

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Pregunta

¿Cómo ha cambiado para ti durante los años el catálogo de sonidos que escuchas cada día? ¿Cuán importante es el coro cotidiano de sonidos para tu estado emocional? ¿Por qué?