Prefacio

A black and white photo of Walt Whitman facing the left but looking into the camera
Photo by George Potter (early 1870s).  Whitman remembered the photographer as "not a Leaves of Grass man, but friendly to me."

Sección 25

La sección 24 acabó con el poeta contemplando el amanecer, discerniendo las apenas visibles “púas libidinosas” de la luz que empezaban a penetrar la oscuridad y una vez más proporcionaban luz y la posibilidad de percibir. ¿Quién sabe, al amanecer de cada día, lo que el día traerá? Ahora en la Sección 25, él enfrenta el actual “Deslumbrante y tremendo,… surgimiento del sol”, y pondera cómo puede arreglárselas para enfrentar este milagro diario. A Whitman siempre le fascinó lo que él llamó en el prefacio a la edición de 1855 de Hojas de hierba “el curioso misterio de la vista”. Estaba admirado de cómo, cada vez que abrimos nuestros ojos, experimentamos un cúmulo de sensaciones visuales, de cómo en cada minuto del día nosotros vemos miles de cosas que nunca tocamos pero que absorbemos dentro de nosotros mismos.  “Los otros sentidos se corroboran a sí mismos”, apuntaba Whitman, pero la vista, decía, está “apartada de toda prueba excepto por la suya propia y precede a las identidades del mundo espiritual”. Vemos cosas que nunca tocaremos pero que,sin embargo, sabemos que son reales porque nuestros ojos nos lo dicen.  El globo ocular es un órgano maravilloso: abrimos lo que Whitman llamó “el espacio de un carozo de durazno” y de repente cosas cercanas y lejanas, lo que está bajo nuestros pies y en el cielo, todo “entra con una velocidad eléctrica suave y debidamente sin confusión, empujones o atascamientos”. ¿Por qué no nos confundimos –o enloquecemos- con el maremágnum de imágenes que nos confrontan en cada segundo del día? Whitman siente que “la salida del sol lo mataría súbitamente/Si yo no pudiera, ahora y en todo momento, proyectar fuera de mí una salida del sol.” Es el sol dentro de uno mismo, la imaginación, el que recibe adentro lo que el mundo ofrece y lo convierte en palabras o imágenes pintadas o música o escultura. 

Como el inhalar y exhalar al respirar, el proceso de percepción y respuesta, es lo que sostiene la vida.  De manera que Whitman dice aquí: “El habla es el gemelo de mi visión”, cuando sus palabras (“mi voz” y “el giro de mi lengua” salen de él hacia el mundo a su alrededor y más allá de él. Como el amanecer proporciona  luz a todos, resplandeciendo igualmente ante el grande y el pequeño, el importante y el insignificante, del mismo modo las palabras del poeta se irradian para abarcar a todo, para incluirlo todo en este canto democrático. Nosotros podemos absorber sólo una cantidad limitada a través de nuestros sentidos abiertos antes de que tengamos que dejarlo salir nuevamente en cualquier expresión del yo que creamos apropiada. Los ojos contemplan el mundo, pero la voz lo recrea, compartiendo lo divino. Whitman nos recuerda, sin embargo, que nosotros podemos pensar “demasiado sobre la articulación” porque las palabras mismas tienen fuentes incluso más profundas dentro de nosotros mismos: cada individuo, yo, tiene interminables brotes plegados dentro de un mismo, protegidos de la escarcha, esperando a estallar. Las palabras pueden sólo revelar una pequeña fracción de los mundos dentro de nosotros mismos; nunca podemos plasmar el yo vasto y misterioso en palabras, de manera que incluso este largo “Canto de mí mismo” “rehusará” cederle al poeta su “mérito final”, su valor completo, los vastos misterios dentro de sí, dentro de todos nosotros,  que nunca podrán ser explicados completamente y que sólo pueden ser vislumbrados en los rostros que encontramos cada día, cada rostro un mapa lleno adentro de continentes no explorados.  

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

Deslumbrante y tremendo, la salida del sol me mataría súbitamente 
Si yo no pudiera, ahora y en todo momento, proyectar fuera de mí una salida del 
sol. 

Nosotros también subimos deslumbrantes y tremendos como el sol; 
Hemos hallado lo nuestro, Oh alma mía, en la calma y la frescura del alba. 

Mi voz sigue donde mis ojos no alcanzan;
Con el giro de mi lengua rodeo mundos y volúmenes de mundos.

El habla es el gemelo de mi visión, no puede medirse;
Me provoca sin cesar; me dice sarcásticamente:
«Ya tienes bastante Walt, entonces ¿Por qué no lo sueltas?»

A mí no me vengas con esos cuentos; no seré atormentado; piensas demasiado 
sobre la articulación;
¿No sabes tú, Oh habla mía, cómo se repliegan los brotes debajo tuyo?
Esperan en la penumbra, protegidos por la escarcha; 
El mantillo se aleja ante mis proféticos gritos;
Yo, el fondo bajo las causas, poniéndoles en equilibrio al final,
Mi sabiduría la parte ardiente de mi ser, llevando la cuenta del significado de todas 
las cosas: 
La felicidad, (quienquiera que me oiga, él o ella, que vaya a buscarla este día.)

Mi mérito final te niego; niego transmitir lo que soy en realidad;
Abarcad mundos, pero no intentéis jamás abarcarme a mí;
Vuestras argucias y éxitos los agobio yo sólo con mirar en tu dirección.

Escribiendo y hablando no se me prueba; 
La plenitud de la prueba y todo lo demás los llevo yo en mi rostro;
Con el silencio de mis labios anonado al escéptico.

Afterword

Epílogo 

Con la repetición de una palabra, Oh, separada en esta sección por seis versos y tres pausas entre estrofas, Whitman coloca el vínculo entre el alma y el habla en el centro de proyecto, empleando un rima visual y su nueva métrica poética para reconfigurar para su época y épocas venideras una antigua idea filosófica, equiparando  los “mundos y volúmenes de mundos” en la punta de su lengua con los contornos de su alma y la tarea de crear el alma integral a la condición humana. La palabra en sí es un mundo que incluye mundos de experiencia –una mirada, una aguda inhalación de aire, “gritos proféticos”, “La plenitud de la prueba”, lo que se puede y no se puede articular. ¡Oh mi corazón!  

Piensa cuán frecuentemente dirías “Oh” durante el curso del día –al amanecer o al atardecer,  al presenciar una gran belleza o fealdad. ¡Oh! exclamamos en el asidero del deseo, en las profundidades de la desesperación, en el placer y en el dolor. Es una palabra que lo dice todo, su reserva de significados es inagotable: ¡Oh! arrullamos y lloramos, cantamos y gritamos. Y si una palabra, una letra puede decir tanto, pensemos lo que está contenido en todas las palabras del idioma – y en todos los idiomas en el mundo.

¡Oh sí! ¡Oh no! ¡Oh yo!

Mira lo que el poeta une con la supresión de una coma: “Mi sabiduría la parte ardiente de mi ser”. No hay necesidad de suprimir tu curiosidad “para las partes

vivas no hay prórroga”, escribió el poeta griego Giorgos Seferis. El conocimiento está vivo, en ciernes y creciendo y floreciendo, creando significados destinados a ser susplantados en otra estación de renacimiento y renovación. ¡Oh!, dije sorprendido y confuso, y cuando ella no respondió me puse a contar mis pérdidas: este futuro o aquel, felicidad, vida. Escribí y hablé, hablé y escribí. Nada levantaba mi espíritu, nada me ponía a prueba.

¿Qué vi en tu expresión? ¿Qué viste en la mía? ¡Oh!, ¡Oh!, ¡Oh!...

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Pregunta 

En esta sección Whitman evoca “Felicidad” como la palabra que se acerca más al “sentido de todas las cosas” y nos alienta a que “salgamos a buscarla” inmediatamente. Esta parte del poema parece hacerse eco de una de las frases más extrañas de la “Declaración de la Independencia” de los Estados Unidos, en la que Thomas Jefferson escribió de la Independencia” de los Estados Unidos, en la que Thomas Jefferson escribió que entre los seres humanos sus “derechos inalienables” están “la vida, la libertad y la búsqueda de la libertad”. ¿Porqué tanto Jefferson como Whitman enfatizan la necesidad por buscar o perseguir la felicidad? ¿Qué significa “felicidad” en la “Declaración de la Independencia” y en el “Canto de mí mismo”? “La felicidad” no es algo que nos han prometido o garantizado, sino que más bien nos han prometido el derecho a “perseguirla” o “buscarla”. ¿Por qué?