Ahora cuento lo que sabía en Texas en mi juventud; (La caída de Alamo no cuento; Ni una persona se salvó para contar la caída de Alamo; Los ciento cincuenta hombres son ya silentes en Alamo,) Es la historia del alevoso asesinato de cuatrocientos doce jóvenes. En retirada, emparapetándose en un cuadrado detrás de sus bagajes; Ya habían muerto a más de novecientos enemigos--nueve veces su propio número fue el precio que exigieron-- Su coronel estaba herido, sus municiones usadas; Parlamentaron por una capitulación digna, la cual recibieron firmada y sellada; entregaron sus armas y siguieron a sus vencedores como prisioneros de guerra. Eran la gloria de la raza de los montaraces de Texas; Incomparables con caballo, rifle, canción, cena, cortejo; Grandes, turbulentos, generosos, guapos, altivos, y cariñosos; Barbudos, asoleados, vestidos con el traje relajado de los cazadores, Ninguno de ellos tenía más de treinta años. En la mañana del segundo domingo fueron conducidos por destacamentos y asesinados en masa; era un hermoso verano; El trabajo comenzó alrededor de las cinco y se terminó a las ocho. Ninguno obedeció a la orden de ponerse de rodillas, Unos hicieron un esfuerzo loco e impotente, otros se mantuvieron firmes, inmóviles; Algunos cayeron a la primera descarga, herido en las sienes o en el corazón; vivos y muertos yacían juntos, Los mutilados y desfigurados cavaban en el barro; los compañeros que iban llegando los percibían extendidos allí, Unos medio muertos trataban de huir rampando, Estos fueron ultimados a bayoneta limpia o a culatazos con mosquetes; Un valiente que no tenía diez y siete años cogió a su asesino y tuvieron que acudir dos más para arrancarlo de sus manos; Los tres quedaron rasguñados, empapados con la sangre del muchacho. A las once comenzaron a quemar los cuerpos; Tal es la historia del asesinato de los cuatrocientos doce jóvenes.
Afterword
Epílogo
Diez años después de la invasión de Iraq, el titular del The New York Times –Terroristas suicidas matan a 37 en una mezquita shiíta de Baghdad- ya no impactaba a mi conciencia a pesar de que había viajado a Baghdad justo unas semanas antes en una misión diplomática cultural. Tengo amigos en la ciudad, proyectos a completar allí, y, sin embargo no leí la historia hasta que no descubrí a través de un diplomático que la mezquita estaba ubicada al lado de la Universidad en donde había dictado unas conferencias. Entonces el ataque adquirió una dimensión personal: los estudiantes y profesores juntándose para las plegarias matutinas, los guardias asesinados en el puesto de control de seguridad. Algunos de los feligreses heridos y asesinados pudieron haber atendido mi conferencia, hecho algunas preguntas, posado para fotografías. Recordaba al jefe de mi servicio de seguridad llevándome a un lado antes de entrar al auditorio para advertirme de que estaban subiendo las tensiones en el campus y que al indicármelo yo debería abandonar inmediatamente el escenario. Nada sucedió; sólo un intercambio vivaz de ideas sobre la escritura y la literatura americana con énfasis en Walt Whitman –que en una ciudad desgarrada por la Guerra fue acaso notable, como son los verdaderos intercambios en todo lugar y siempre.
Whitman sabiamente cambia el ritmo en esta sección, yuxtaponiendo el catálogo más largo con el relato del asesinato de cientos de guardabosques tejanos, una tarea cruel llevada a cabo en una hermosa mañana de verano. Él llora la muerte y lamenta su juventud; destaca el heroísmo de cara a la traición; no deja de contar ningún detalle de la masacre por sangriento que sea. Su lamento no es por los muertos en la Batalla del Álamo, que cambió el curso de la Revolución de Tejas, sino por los hombres “barbudos, grandes, turbulentos, generosos”, “vestidos con el traje relajado de los cazadores” a quienes, de otro modo, la historia podría olvidar. Toma su muerte de una forma personal, sus cuerpos no pararán de quemarse mientras el poema sea leído.
“La humanidad no puede aguantar mucho a la realidad”, observaba T.S. Eliot en Four Quartets, cuya publicación ayudó en 1944 a los lectores a sobrellevar las presiones de la Guerra. Whitman también nos enseña a aguantar más la realidad. Enfrentados a los informes de campos de batalla alrededor del mundo, sin mencionar el interminable torrente de noticias sobre crímenes malvados, escándalos políticos y ejemplos de depravación humana, nosotros querríamos apartarnos, desviar la mirada. Esto es un lujo que no nos podemos permitir, insiste Whitman.
—CM (Traducción L. A. Ambroggio)
Question
Pregunta
¿Es posible describir las muertes de los soldados en una guerra de tal modo que no se inciten más los sentimientos nacionalistas y patrióticos? ¿Puede un Americano describir la “masacre” de los soldados americanos en la guerra Mejicana sin crear enemistad, creando solamente un sentimiento de pesar? ¿Conoces a poetas que hayan logrado tales descripciones?