El negro retiene firmemente las riendas de sus cuatro caballos, y el bloque se balancea abajo en su cadena; El negro que guía el carro largo de la cantera, seguro y alto se yergue sobre una pierna en el pescante; Su camisa azul descubre el amplio cuello y el pecho, y se afloja sobre la faja. Su mirada es serena y dominadora; se sacude hacia atrás el sombrero y deja al descubierto la frente; El sol cae sobre su pelo crespo y su bigote, cae sobre la negruda bruñida de sus miembros perfectos. Me entusiasma este pintoresco gigante y le amo, y no me detengo allí; Me voy con su tronco de caballos también. Me anima el acariciador de la vida dondequiera que se mueve, atrás y adelante resbalando, Inclinando a nichos menores y marginales, ignorando ni a una persona ni a un objeto, Absorbiéndolo todo para mi ser y este cántico. Bueyes que hacéis sonar el yugo y la cadena, o que reposáis a la sombra de los follajes, ¿qué es lo que expresáis por vuestros ojos? Parécenme expresar más que todas las líneas impresas que he leído en mi vida. Mis pasos espantan a los ánades, al macho y a la hembra, durante mi largo paseo; Levantan el vuelo juntos y, lentamente, forman círculos en el aire. Designios con alas, los creo que son, Reconozco el rojo, el amarillo, el blanco jugando en mi ser, Y considero que el verde y el violeta y la empenachada cabeza son intencionales, Y no digo que la tortuga es indigna porque no es otra cosa que tortuga; La chova jamás ha estudiado la escala, pero trina bastante bien para mí, Y la mirada de la yegua baya ahuyenta a mis tonterías, me da vergüenza.
Afterword
Desde el colectivo “nosotros” al individual “Yo”, desde una comunidad de almas semejantes hasta el solitario yo juntos en el nivel molecular con todo en el universo: éste es el viaje que Whitman emprende en la sección 13, el punto de la cuarta parte del “Canto de mí mismo”. Se junta al equipo del hombre negro que conduce “el carro largo de la cantera” hacia la selva, en donde absorberá en sí mismo cada nicho del ambiente, bueyes y pájaros y la sombra frondosa, consciente de la limitación de la inteligencia humana. Aquí el señor y donante de vida sostenido por el Credo de Nicea abre paso al “acariciador de la vida”, y en su proclama sobre la unidad del ser, Whitman se hace eco a propósito del lenguaje reservado por los Padres de la Iglesia al Espíritu Santo (“Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados”), y al hacerlo así expande la gama de nuestros afectos. Los signos de su fe son llevados no por la paloma, símbolo del Espíritu Santo, sino por los patos y arrendajos, que afinan su canto, su Credo “Creo en esos designios con alas. Y reconozco el rojo, el amarillo, el blanco jugando en mi ser”. Los colores del arcoíris, cada raza en la tierra, plumas y flores, la tortuga y la yegua baya, todos encienden la imaginación del poeta que confiesa su creencia en algo más grande que la Divina Trinidad propuesta por los obispos del Concilio de Nicea. Sería tonto imaginarse que nosotros sabemos más que un animal. Más tonto es incluso pensar que no estamos en el mismo equipo.
—CM (Traducción L. A. Ambroggio)
Question
El magnate americano de la industria de cereales y vegetariano, Will Kellogg, preguntó una vez cómo puede alguien comer algo que tenga ojos. Su pregunta es provocativa porque hay algo místico en los ojos (“las ventanas del alma”, como han sido llamados por centenares de años). ¿Qué experiencias de miradas a los ojos entre especies has tenido y qué puedes detectar en los ojos de los animales que sea diferente de lo que ves en los ojos de otros seres humanos?