Prefacio

Whitman--collar, ribbon, watch chain, melancholy gaze-- photographed by F. Pearsall between 1868 and 1872.
Whitman--collar, ribbon, watch chain, melancholy gaze-- photographed by F. Pearsall between 1868 and 1872.

Sección 20

El gran compositor americano Charles Ives musicalizó los primeros versos de esta sección. Ives estaba fascinado con la manera en que Whitman hace las preguntas más básicas: “¿qué soy yo? ¿qué eres tú –“ y complica esas preguntas con la propuesta de otra: “ ¿Cómo es que extraiga fuerzas del buey que como?”

¿Cómo es que nos transformamos en este “Hambriento, grosero, místico, desnudo” cuerpo que habitamos y del que sacamos nuestra identidad que parece no distinguirse del yo del que venimos? La respuesta, por supuesto, es que el cuerpo –como todo lo que vive- siempre es un proceso e intercambio sin fin. Las hojas de hierba crecen desde la tierra que no es otra cosa sino los despojos de la muerte. Las vacas comen la hierba, y la hierba se convierte en la vaca. Nosotros comemos la vaca y la vaca se convierte en nosotros. Morimos y volvemos a la tierra, convirtiéndonos eventualmente en la tierra, y el proceso continúa. Es la danza ecológica de la vida y de la muerte. Nosotros somos, de verdad, lo que comemos, respiramos, escuchamos y vemos.  Y nuestros sentidos abiertos ampliamente experimentan el influjo sin parar de la estimulación, nunca carecemos de cosas a ingerir a través de nuestro cuerpo –“los objetos del universo” siempre convergen en nosotros en un flujo perpetuo de estímulos, como si los árboles, las estrellas, los edificios, las personas, los ríos y animales que encontramos están allí para que nosotros los experimentemos. Abrimos nuestros ojos, y las vistas están allí; abrimos nuestros oídos, y allí están los sonidos; alargamos nuestra mano, y allí están las cosas para ser tocadas. Cada cosa que cada uno de nosotros encuentra está “escrita” para cada uno de nosotros solamente, y siempre nos preguntamos “qué significa la escritura” (como cuando leemos este poema, él  es la cosa que estamos viendo y escuchando y uno se pregunta qué significa ese escrito). Por lo tanto no existe razón alguna para flojear, lloriquear, claudicar (doblegarse a la voluntad de otros), no existe razón alguna para rezar o inclinarse, porque cada uno de nosotros existimos como somos, y “eso basta”.  Nuestro cuerpo individual es Augusto, una cosa a ser venerada, algo que inspira asombro por lo que puede hacer. Finalmente no hay “ninguna grasa más sabrosa que la pegada a mis huesos”. A nuestro cuerpo le irá bien: deja que el mundo le penetre, y veamos que todos los demás son finalmente exactamente como nosotros, almas con cuerpos absorbiendo el mundo.” No hay necesidad de convertir lo que otros tienen, porque todos somos igualmente “inmortales” (precisamente porque todos nosotros morimos de igual modo y renacemos continuamente en la hierba de nuevo) de una manera imposible de medir. Alégrate, dice Whitman, con el cuerpo que eres. Ha sido millones de otras cosas antes y será millones de otras cosas después.

Después de la muerte de Whitman, algunos de sus amigos y discípulos en Canadá nombraron un peñasco montañoso en su honor. Lo llamaron “El Viejo Walt” e hicieron que un grabador de piedra esculpiera los tres versos finales de esta sección del “Canto a mí mismo” con letras de una altura de tres pies: “De espiga y mortaja granítica es mi asidero;/Yo me río de lo que llamáis disolución;/Y conozco la amplitud del tiempo”. Esos átomos que constituyen esa cosa que nosotros llamamos cuerpo siempre han estado allí y siempre estarán allí; nunca nos disolvemos sino que más bien nos reciclamos a lo largo del tiempo. El Viejo Walt está aún allí en el granito y aquí en frente nuestro en la  letra impresa.

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

¿Quién va ahí? Hambriento, grosero, místico, desnudo;
¿Cómo es que extraiga fuerzas del buey que como?
 
Y bueno, ¿Qué es un hombre? ¿Qué soy? ¿Qué sois?

Cuanto marco como siendo lo mío, quiero que vos también lo compensáis con lo 
vuestro;
Si no lo hagáis, sería tiempo mal pasado que me leyerais.

Yo no lloriqueo lo que lloriquean por todo el mundo,
Que los meses son vacíos y que la tierra no es más que podredumbre.

Gimotear y adular son recetas para valetudinarios; la conformidad pertenece a 
ellos que mantengan sus distancias;
Llevo mi sombrero según me place, dentro como fuera.

¿Por qué oraría? ¿Por que venerar y ser ceremonioso?

Habiendo investigado a los estratos, analizado exactamente, aconsejado con 
profesores y calculado precisamente,
He descubierto ningúna grasa mas sabrosa que la pegada a mis huesos.

Me veo a mí en todas las gentes, ninguna persona más y ninguna menos que yo 
por un grano de cebada,
Y lo bueno o malo que yo digo de mí, lo digo de ellas.

Sé que soy sólido y sano;
Por mí fluyen perpetuamente todas las cosas del universo;
Todas son escritas para mí, y yo debo descifrar el oculto sentido de las escrituras.

Sé que la muerte no me limita;
Sé que mi órbita no puede ser medida con el compás de un carpintero;
Sé que no me desvaneceré como el imágen juguetón que un niño traza en la noche 
con un tizón ardiente.

Sé que soy augusto;
No torturo mi espíritu para defenderlo ni para que sea entendido;
Noto que las leyes elementales jamás piden perdón,
(Después de todo no me comporto más soberbio que el nivel que uso para 
construir mi casa.)

Existo tal cual soy, eso me basta;
Si nadie más lo sabe, me quedo contento,
Y si lo saben todos, me quedo contento.

Lo sabe un mundo, el más vasto de todos para mí, que soy yo mismo.
Y si llego a mis fines hoy mismo, o dentro de diez mil años, o después de diez 
millones de años,
Puedo aceptar ahora mi destino con corazón alegre, o esperar con igual alegría.

De espiga y mortaja granítica es mi asidero;
Yo me río de lo que llamáis disolución;
Y conozco la amplitud del tiempo.

Afterword

Epílogo

“Yo no debería hablar tanto sobre mí si hubiera algún otro que yo conociese de la misma manera”, escribió Thoreau en  Walden, cuya publicación coincidió con la primera edición de Hojas de hierba. “Desafortunadamente, estoy confinado a este tema por la estrechez de mi experiencia”. Su experiencia estaba en efecto circunscripta –“He viajado mucho en Concord”,  dijo irónicamente refiriéndose a sus caminatas cotidianas por  los bosques en las afueras de Boston –y su orientación con respecto al mundo parecía diferenciarse notablemente de la amplitud de Whitman, su ansia de abrazar la totalidad de la creación. Pero ¿eran tan diferentes? Cada uno buscó el sentido universal a través del médium del yo. Thoreau midiendo su porción de la realidad principalmente por la naturaleza, Whitman imaginando vidas removidas y lejanas de la suya. “Me veo a mí en todas las gentes,” escribe en esta sección, “ninguna persona más y ninguna menos que yo por un grano de cebada,/

Y lo bueno o malo que yo digo de mí, lo digo de ellas.”. Lo que compartían era la curiosidad que, junto con la meticulosa observación, los guió a captar verdades perdurables sobre sus respectivos caminos en el sol, de lo que fueron testigos y registraron para la posteridad, uno prefiriendo la naturaleza a la compañía de los hombres, el otro dando la bienvenida a todo dentro de su campo de visón, siendo pilares de la literatura americana.  En su lecho de muerte, cuando le preguntaron que si percibía si había de hecho vida después de la muerte, se dice que Thoreau respondió “Un mundo por vez”. Para Whitman la vida después de la muerte fue siempre el aquí y ahora que se estiraban desde los orígenes del universo hasta el futuro distante. Ni lo asustaba la muerte dado que creía que más mundos lo esperaban. “Yo conozco la amplitud del tiempo”, escribió –y esto él lo medía no con cucharitas de café, sino como astrónomo siguiendo la órbita de un cuerpo celestial que nadie ha visto anteriormente: el poeta que usa su sombrero adentro y afuera

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Pregunta

Whitman parece disfrutar el animarnos no sólo a aceptar pero también a celebrar nuestros cuerpos. Cuerpos son los que todos compartimos y son, por lo tanto, para Whitman le verdadera base del pensar democráticamente. ¿Tú piensas que si nosotros venerásemos nuestros cuerpos, como Whitman sugiere que lo hagamos, habría menos violencia en el mundo, o es la veneración del cuerpo el origen de la violencia?