Veintiocho jóvenes se bañan en el río, Veintiocho jóvenes, y todos ellos tan amables; Veintiocho años de vida femenina tiene ella, y todas tan solitarias. Es dueña de la casa linda, situada en la ribera; Se esconde, guapa y ricamente vestida, a través de los visillos de la ventana. ¿Cuál de los jóvenes le agrada más? ¡Ah! el menos hermoso de todos es hermoso para ella. ¿Adónde vas, señora? Pues te veo; Aunque permaneces oculta e inmóvil en vuestro cuarto, chapoteas allá en el agua. Danzando y riendo por la playa vino la vigésima novena bañista; Los otros no la vieron, mas ella los vio y las amaba. Las barbas y los cabellos de los jóvenes relucían con el agua; corría de sus largos cabellos, Arroyos pequeñitos pasaban sobre sus cuerpos. Una mano invisible también se paseaba sobre sus cuerpos, Descendía temblorosa de sus sienes y de sus pechos. Los jóvenes nadan de espaldas, sus blancos vientres se esponjan al sol; no preguntan quién los agarra, No saben quién es que suspira y espira, suspensa y encorvada como un arco. No piensan a quién rocían.
Afterword
Más invención en una clave extravagante. La imaginación del poeta rebosa de deseo en la forma de una mujer rica mirando desde su ventana a veintiocho muchachos jóvenes bañándose en la ribera, uno para cada uno de los años de su vida. Cualesquiera sean los otros significados que se le quieran dar al número veintiocho (la duración del ciclo lunar, solar y menstrual, el número de los consortes masculinos atendiéndola a la diosa Egipcia de la luna, Isis; el segundo número perfecto después del seis, etc.) el verdadero número es el uno, la identidad expansiva del “Yo”, que contiene a cada uno: mujer, poeta, lector. Porque la “mano invisible” que pasa sobre los bañistas le pertenece no sólo a la mujer que en su imaginación se junta con los hombres en el agua sino también al lector siguiendo con su dedo los versos con los que el poeta compone la escena. El poema como acto y objeto de deseo: otra invención del poeta que descubrió que la unidad es todo, y siempre sujeta a la inmutable ley de la naturaleza de que el deseo fluye sobre las barreras elevadas y reforzadas por la costumbre, gusto y opinión legal. Por supuesto, Whitman es inocente porque en el acto de escribir deviene en el Otro, un agente de cambio salpicando agua por donde sea. A él no le importa si uno se moja; ése es precisamente el punto: los lectores, ahora y en el futuro, pueden unirse al divertimento que es más serio de lo que uno pudiera imaginarse a primera vista. Él es la mujer “agarrando rápido” a todos los jóvenes muchachos, aquí y en cualquier parte, que viven y mueren en sus versos, una y otra vez.
—CM (Traducción L. A. Ambroggio)
Question
¿Qué grado de libertad crees que tiene nuestra imaginación para llevarnos a través de los diferentes bordes que nos definen (nación, religión, clase económica, raza, sexualidad)? ¿El resultado de dichos vuelos imaginativos es gozo o culpa? ¿Por qué?