Prefacio

Whitman, on a 1863 photo  by W. Kurtz or M.Brady: "I confess to myself a perhaps capricious fondness for it."
Whitman, on a 1863 photo  by W. Kurtz or M.Brady: "I confess to myself a perhaps capricious fondness for it."

Sección 15

Muchos aspectos de la forma poética de Whitman impresionaron a los lectores del siglo XIX como radicales; pero pocos provocaron tanta furia como los que rápidamente se llamaron sus “catálogos”. Vimos catálogos antes en el “Canto de mí mismo” (en realidad, ya en la sección 2), pero nada prepara al lector para los catálogos interminables de la sección 15, la segunda sección más larga del poema. Aquí Whitman ofrece setenta y cinco versos con imágenes de personas comprometidas en diversas actividades.  Uno de los antiguos reseñadores de la primera edición de Hojas de hierba aseguró que Whitman “debería haber sido educado en el negocio de un rematador” porque estaba “perpetuamente poseído por el engaño de que tenía que hacer un catálogo”. Este reseñador prosiguió comparando secciones largas de la poesía de Whitman con un catálogo real de un rematador. Pronto,  todos hablaban de la técnica de catálogo de Whitman, y el mismo Whitman incluso adoptó el término, apuntando tarde en su vida, que “algunos maldicen mis largos catálogos, otros los santifican.”  En ocasiones expresó frustración con los lectores que “hacían bromas” de sus catálogos. “¡Oh Dios, cómo me cansa escuchar lo que se dice sobre los catálogos!”. Él creía que los reseñadores simplemente no podían sobrepasar los catálogos.  Es ese asunto de los catálogos el que los destroza, el que los acarrea en su pequeñez, el que determina su oposición: tiembla ante él. Incluso  Ralph Waldo Emerson, admirador de Whitman, comentó una vez que el “estilo catalogador de la poesía de Whitman es fácil y no conduce a ninguna parte”.

Cuando leemos las series cambiantes y fortuitas de imágenes en la sección 15, tenemos una elección que hacer: podemos leerlas por encima rápidamente como si estuviéramos en un tren veloz, pasando rápidamente por una secuencia de escenas en continuo cambio, o podemos leerlas lenta y deliberadamente, como sugirió el poeta del siglo XX  William Carlos Williams que uno debe hacerlo, deteniéndose para saborear cada momento como un poema potencial propio. Acaso también escucharemos la música cacofónica, “El cantar de América” (como lo llamó Whitman en otro poema), con el canto del contralto, el silbido del vuelo, la “lluvia musical”, el conductor marcando el tiempo, el rebaño cantando, el tic-tac del reloj, y “el cascabeleo del cambio suelto”. Lo que sea que escuchemos o veamos, y como sea que absorbamos esta serie masiva de actividades, nos golpea especialmente la escena que se extiende durante tres versos y desacelera el catálogo: es la escena de la prostituta de quien la multitud se burla cuando “los hombres se mofan y guiñan el ojo uno a otro”.  En este momento el poeta hace una pausa y pone un verso en paréntesis, como si parase el apuro de imágenes para expresar el momento de asco por el desdén de la multitud hacia la desafortunada mujer. “(¡Desdichado! yo no me mofo ni me río de? sus juramentos)”. Como si Whitman, en su catálogo de vida americana, aceptase la salvaje diversidad de la nación, pausando para rechazar sólo una cosa: la discriminación en sí misma. La única cosa que se excluye de los múltiples actos con los cuales el poeta va a “tejer el canto de mí mismo” será cualquier acto de rechazo. La vida lo penetra al poeta, y el poeta se abre hacia afuera a la vida tumultuosa que lo rodea, y lo único que para el camino de la democracia son los pequeños e irritantes actos de discriminación.

Los tres versos finales de esta sección consiguen  extraer el caos de este amplio catálogo de impresiones sensoriales y obtener un tipo de unidad, y esta unidad es el “Yo” que los percibe. Cada “Yo” individual tiene un puesto de ventaja, un conjunto de ojos y oídos que está continuamente absorbiendo el maremágnum de impresiones sensoriales alrededor del “Yo”. Desde ese puesto de ventaja, se siente como si el mundo estuviese “inclinándose hacia dentro mío”, inclinándose, moviéndose, estirándose hacia los ojos y oídos y nariz y lengua del “yo”. Al mismo tiempo, el “Yo” siente algo en sí mismo como que se extendiese hacia afuera, hacia el mundo, hacia la interminable corriente de vistas y sonidos y olores. “yo me inclino hacia ellos”, nuestros sentidos alcanzan las cosas del mundo, siempre, nuestros ojos están hambrientos por ver y nuestros oídos hambrientos por oír. Pero tantas cosas pasan enfrente de nuestros ojos y oídos que los perdemos o ignoramos o nos hacemos los distraídos, de manera que necesitamos también “prestarles atención”, ser cuidadosos en registrarlos y grabarlos (como Whitman lo ha hecho en esta sección con un cuidado tan afectuoso).  De manera que se trata siempre de lo que Whitman llama una “entrada” y “salida”, el mundo zumbando innecesariamente a nuestros sentidos, y nuestros sentidos alcanzando absorber dicho mundo. Y esto, más o menos, es lo que somos: somos las cosas que hemos visto, escuchado, tocado,  saboreado, olido, “Y tal como es, siendo uno de ellos, más o menos soy yo”. No hay idea que tengamos, o palabra que usemos, o amor que sintamos, que no se haya originado “allí afuera”. Todos han entrado por nuestros sentidos abiertos, nuestros sentidos que se alargan para acogerlos y luego atenderlos como absorbiéndolos y desde estos estímulos sin fin, cada uno de nosotros tejemos el canto único de nuestro Yo.

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

La pura contralto canta en la galería del órgano;
El carpintero alisa a su tablón, su cepillo ceceando su salvaje silba;
Los hijos casados y los que no están casados vuelven a su hogar para la cena de 
Thanksgiving;
El patrón agarra al gorrón, con su brazo fornido doble al barco;
El piloto se yergue en el bote ballenero; la lanza y el arpón están listos;
El cazador de patos camina a pasos sigilosos y cuidadosos;
Los diáconos reciben las órdenes sacerdotales con las manos cruzdas sobre el 
altar;
La hilandera se balancea al zumbido de la rueca;
El labrador pasea, un ocioso domingo; se detiene de pronto para ver cómo han 
crecido la avena y el centeno;
El loco es conducido al manicomio; los médicos han dicho que es un caso 
incurable;
(Ya no dormirá más, como solía, en un catre en la alcoba de su madre;)
El impresor de grises cabellos y enjutos pómulos trabaja a su caja;
Doble su mascada de tabaco con ojos enervados, mirando el manuscrito;
Los miembros deformes están atados a la mesa de operaciones;
Lo que es amputado cae horriblemente dentro del cubo;
La mulata es vendida en pública subasta; el borracho cabecea junto a la estufa de 
la taberna;
El maquinista se remanga la camisa; el policía vigila su distrito; el portero nota a 
los que pasan;
El mozo del expreso gobierna su vagón (yo amo a este mozo, aunque no le 
conozco);
El mestizo se ata las correas de sus leves botas para competir en la carrera;
Jóvenes y viejos se reúnen en las cacerías de pavos del Oeste; unos se apoyan en 
los rifles, otros se sientan en los troncos;
Del muchedumbre sale el tirador; se aposta en su posición y apunta;
Grupos de nuevos emigrantes inundan los muelles o el malecón;
Mientras trajaban los negros en el campo de azúcar, el capataz vigila desde su 
montura;
Suena el clarín en el salón de baile, los caballeros corren a su pareja y los que van 
a bailar se saludan;
El adolescente, desvelado en su cama bajo el techo de cedro de la buhardilla, escucha la lluvia musical;
El cazador de Michigan pone trampas en el arroyo que alimenta el río Hurón;
La india piel-roja, envuelta en su manto orlado de amarillo, vende mocasines y 
bolsas de cuentas;
El connoiseur husmea en la galería de arte, entrecerrando los ojos e inclindando 
hacia los lados la cabeza;
Mientras los marineros amarran el barco de vapor, la escala esta tirada para que los 
pasajeros desembarquen;
La hermana menor sostiene la madeja, mientras la mayor va haciendo una bola y 
se detiene de vez en cuando para desatar los nudos;
La esposa que se casó hace un año está ya repuesta y es feliz con su primogénito 
de siete días;
La muchacha yanqui de los cabellos limpios se afana junto a la máquina de coser o 
trabaja en la fábrica o en el molino;
El empedrador se descansa en su pisón grande; el lápiz de reportero vuela veloz 
sobre las cuartillas; el pintor de muestras forma letras con el azul y el oro;
El chico del canal corre por la línea del remolque; el contable cifra a su escritorio; 
el zapatero da cera a los cabitos;
El director de orquesta marca el compás y todos los músicos le siguen;
Se bautiza al niño; el converso hace su primer profesión de fe;
La regata ha comenzado y los balandros surcan la bahía (¡cómo brillan las blancas 
velas!);
El ganadero, guardando su ganado, grita a la res que se desvía;
El buhonero suda con su mercancía de espaldas, (el comprador regateando a 
centavos;)
La novia alisa su blanco vestido; el minutero del reloj se mueve lentamente;
El fumador de opio reposa con la cabeza rígida y los labios poquitoabiertos;
La prostituta pasa arrastrando su chal, su sombrero inclinado sobre el achispado 
cuello cubierto de granos;
Las gentes se ríen de sus obscenos juramentos; los hombres se mofan y guiñan el 
ojo uno a otro;
(¡Desdichado! yo no me mofo ni me río a sus juramientos;)
El presidente se reúne en Consejo de gran ministros;
Tres matronas, augustas y amables, pasean del brazo en la plaza;
La tripulación del pesquero almacena estratos de fletán en la bodega;
El Missouriano cruza las llanuras llevando sus mercancías y arreando los ganados;
Mientras el cobrador del tren pasa por el vagón, avisa a los pasajeros por hacer 
sonar unas monedas;
Allí estan los que entariman, los constructores de tejados de hojalata y los 
albañiles que piden la argamasa;
En fila india, cada uno con su capacho al hombro, adelantan los trabajadores;
Estación tras estación, las indescriptibles multitudes se reúnen; hoy es el cuarto día 
del séptimo mes, (¡Que saludos de cañones y de las armas menores!),
Estación tras estación, el arador labra, el segador siega, y el grano en el invierno 
cae sobre la tierra;
Allá en los lagos, el pescador de garrocha observa y espera junto al agujero abierto 
en la superficie helada;
Los tocones rodean al colonizador en su claro; clava profundamente con su hacha;
Los tripulantes de la gabarra atracan cerca los álamos o las pacanas;
Buscadores de negros rastrean por las zonas del río Red o por las tierras que bañan 
el Tennessee o por las del Arkansas;
Brillan antorchas en las tinieblas que velan al Chattahoochie y al Altamahaw;
Los patriarcas se sientan a la mesa rodeado por los hijos, los nietos y bisnietos;
Entre paredes de adobe, en tiendas de carpa, se descansan los cazadores y los 
armadores de trampas después de su faena diaria;
La ciudad duerme, y el campo duerme;
Los vivos duermen por su rato, y los muertos por su rato;
El marido viejo duerme junto a su esposa, y el marido joven junto a su esposa;
Todos inclinan hacia mí, y yo inclino hacia ellos,
Y tal como es, siendo uno de ellos, más o menos soy yo;
Y de ellos, de cada uno y de todos, urdo el canto de mí mismo.

Afterword

Una poeta dijo que, cuando su hija era joven, al irse a acostar, le gustaba leerle de Homero su catálogo de barcos, en el libro segundo de la Ilíada. Yo sentía una punzada de lástima por la niña, pensando que se habría aburrido con los nombres y virtudes de todos los reyes y guerreros, los lugares desde donde navegaban, sus nobles dádivas –y entonces la madre recitaba versos del poema, que incluso traducido puede conmover al duro de corazón.  ¡Qué regalo es el recibir esto a cualquier edad: un himno a la abundancia del mundo, la multiplicidad que Whitman celebra en su primer catálogo largo!

El truco consiste en leer lentamente, en escuchar la música sonando en cada uno y en cada cosa. El primer verso, el más corto en el catálogo, “La contralto pura canta en la galería del órgano”, así afina nuestros oídos a la clave de la vida. Pertenecemos a un coro, lo sepamos o no, y debemos escuchar de cerca a los otros, para encontrar nuestro espacio en la partitura, como el carpintero raspando una tabla de madera escucha en el movimiento que alisa de su plano frontal el silbido de “creciente ceceo salvaje”, una voz llamando a la otra, tejiendo  “El canto de mí mismo” que le pertenece a todos.

William Blake nos invita “a ver al mundo en un grano de arena” y Whitman sigue tal consejo al pie de la letra, descubriendo infinidad en lo que y en quien su mirada se pose: la gente de todos tipos de vida, la clase alta y baja, las estaciones pasajeras, las velas blancas de una regata. No hay transeúntes en el campo de la visión de Whitman, ni personas perdidas: se da cuenta de cada uno.

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

El “catálogo” de Whitman de las personas y actividades es un producto de la América de mediados del siglo XIX. ¿Cómo sería de diferente tal catálogo para tu época y tu cultura? ¿Cuáles serían las actividades más características y representativas de la gente común que mejor definen hoy a tu nación?