Prefacio

Prisoner of war. 1865.
U.S. General Hospital Div. No. 2. Annapolis, Md. Private Phillip Hattle, admitted June 6th 1865, died June 25th 1865, caused by ill treatment while a prisoner of war in the hands of the rebels.

Prólogo
Sección 37 

La sección 37 comienza como si continuara la historia de la Batalla de Flamborough Head que narraron las dos secciones previas. Pero luego sucede algo extraño y aterrador. El “yo” seguro de sí mismo al que nos hemos acostumbrado en el “Canto de mí mismo” ahora parece haber sido tomado, literalmente “poseído”. Ese “Yo” ciertamente ha compartido el dolor con aquellos que sufrían, simpatizado con los muertos y agonizantes, e incluso asumido la identidad de los mutilados y torturados (“Yo no le pregunto a la persona herida cómo se siente, Yo mismo me convierto en la persona herida”), pero ahora, en vez de absorber y poseer a otros, el mismo “Yo” es poseído, tomado por “todas las presencias que están prohibidas o que están sufriendo,” “sintiendo la desanimada pena sin término”, experimentado  la desesperación claustrofóbica del encarcelamiento. El catálogo de la sección 33 se movió

inexorablemente hacia el dolor, la pérdida y la oscuridad, después el poema bajó de velocidad con narraciones de masacres y de muertes masivas. Y ahora, en esta sección, todo llega a una pausa al ser rebasado Whitman por todos los convictos y amotinados del mundo, encadenado y totalmente identificado con ellos. Si el yo democrático de Whitman está dedicado a la idea de que cada individualidad es potencialmente cualquier otra individualidad, que nosotros contenemos en cada uno de nosotros la vasta diversidad de los “yo” que componen la cultura, entonces esta sección parece poner a prueba cuán lejos puede llegar esa identidad absorbente. El identificarse con otros no es siempre un acto unificante y celebratorio. Puede ser también fácilmente un acto de humillación y derrota. No es fácil ni confortable llegar a ser verdaderamente democrático, y el esfuerzo para serlo estará siempre marcado por vicisitudes.  

Identificándose completamente con los desesperadamente enfermos, con los desesperadamente pobres, con los desesperadamente convictos, el poeta mismo se siente minado de su fuerza y magnetismo y energía, llegando a sentirse aislado, avergonzado y repelente.  Finaliza esta sección como un mendigo: “Alargo el sombrero, me siento avergonzado, y pido limosna”. Imaginemos si el “Canto de mí mismo” acabase aquí. Sería como si todo el experimento democrático que genera este poema se hubiese destrozado, al pararse el Yo seguro de sí mismo y absorbente, ahora completamente identificado sólo con aquellos que han fracasado. El Yo Whitmaniano aquí ya no es el alma expansiva, celebratoria y cada vez más amplia, sino más bien un alma que se ha reducido a un ser que, en vez de proyectar su yo a lo largo del mundo (recordemos los “Paisajes proyectados machos, grandes y dorados” de la sección 29), puede “extender (proyectar)” ahora solamente su sombrero en un gesto agonizante y humillante de rechazo. 

—EF (Traducción L. A. Ambroggio)

¡Eh, remolones en la guardia! ¡Alerta!
¡Van a derribar las puertas! ¡Estoy poseído!
Encarno todas presencias que son prohibidas o que estan sufriendo,
Me veo encarcelado, en forma de otro hombre,
Y me siento la sorda pena sin término.

Los guardianes de la prisión se echan al hombro los fusiles y me vigilan;
Me dejan suelto por la mañana y, por la noche, me vuelven a la celda.

Ningún rebelde va esposado a la cárcel si yo no marcho a su lado, esposado con él;
(Soy él que va menos animado allá, mas silencioso, con sudor a mis temblorosos 
labios.)

Ningún joven es acusado por hurto, si yo no me voy allá también, y soy juzgado y 
sentenciado.

Ningún paciente con el cólera agoniza al último momento, si yo no yazgo al 
último momento también;
Ceniciento es mi rostro, mis nervios truenan y todos huyen de mi lecho.

Suplicantes son encarnados en mí y yo soy encarnado en ellos;
Alargo el sombrero, me siento vergonzosamente, y pido una limosna.

Afterword

Epílogo

De allí al pozo sin fondo… El identificarse Whitman con convictos, víctimas de cólera, y mendigos, recuerda el ejemplo de Jesús, cuyo ministerio para el pobre y marginado, sacó de quicio tanto a las autoridades eclesiásticas judías como a las autoridades imperiales romanas. Ciertamente esta sección y la siguiente pueden ser leídas como glosas sobre el tema de kenosis  del Nuevo Testamento, el vaciarse de uno mismo para convertirse en un receptáculo de la voluntad de de Dios. “Oh Cristo, mi arrebato me está dominando”, grita Whitman en la versión de 1855 y luego adopta a su vez la persona de un rebelde ajustando el lazo alrededor de su cuello, un salvaje desafiante, un visitante a la tumba de George Washington, un niño recordando barcos de prisioneros, un casaca colorada rindiéndose en Saratoga. “Yo me convierto aquí en una presencia o verdad de humanidad”, declara, “Me veo encarcelado configurado como cualquier otro hombre,/Y me siento la desanimada pena sin término”. 

La cárcel y el dolor son todo lo que queda en su edición del lecho de la muerte – es el mismo dolor que experimentan los heridos en la sección previa- y si la decisión de Whitman de eliminar la referencia cristiana explícita es entendible (este poema intenta suplantar todos los textos religiosos), no deja de ser lamentable que haya abandonado su recuerdo de la bahía, cerca de su casa de la infancia, donde los barcos carceleros británicos amarraban durante la Guerra de la Revolución –carcasas pudriéndose en las que más soldados y marinos murieron por negligencia más que en todas las batallas de la Guerra. “Estos se hacen míos y yo cada uno de ellos”, escribió en su primera edición, “como ellos son pero pequeño/yo llego a ser mucho más cuanto quiero”. Si el testimonio del Hijo del Hombre a leprosos y prostitutas, lo más bajo de lo bajo,  configuró el pensamiento de este poeta poseído por el olvidado y el perdido, la tradición continúa en la práctica del escritor americano contemporáneo y sacerdote Zen, Peter Matthiessen, quien con todos sus seguidores se preocupa por los miembros más descuidados de la sociedad, los hombres sin casa (homeless) que padecen de SIDA. Esto es lo que Whitman nos enseña que hagamos cuando asume la carga del paciente de cólera: “todos huyen de mí”) –y sin embargo no se pueden ir muy lejos, porque no los va a dejar fuera de su mirada. Tampoco los dejará su poema. 

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Pregunta 

En la actualidad, muchas organizaciones de ayuda humanitaria utilizan películas de niños que sufren de hambre o de niños con enfermedades y deformidades que el cuidado médico puede corregir. Tales anuncios publicitarios tratan de que tú te identifiques con el sufrimiento y dolor de esa gente distante de ti de manera que tú apoyes las organizaciones que trabajan para aliviar la inanición y el sufrimiento. ¿Dan resultados estos intentos de fabricar simpatía? ¿Qué efecto tiene en nuestras vidas diarias el que se nos pida que nos identifiquemos con el dolor y sufrimiento de los otros? ¿Ofrece la sección 37 de Whitman un registro convincente  de los costos asociados con el asumir tal dolor y humillación?