¡Basta basta! ¡Basta! Estoy aturdido, por alguna manera. ¡Más atrás! Dejadme un momento, que vuelva de mi cranio herido, mi sopor, mi delirio, mis sueños; Me descubro a punto de cometer un error ordinario. ¡Si pudiese olvidar los burladores y los insultos! ¡Si pudiese olvidar las lágrimas corrientes y los golpes de las clavas y de los mazos! ¡Si pudiese ver con ojos extraños mi propia crucifixión y mi sangrienta coronación! Ya recuerdo; Tomo el hilo de la fracción suspendida; La pétrea tumba multiplica lo que se le ha confiado, o lo que ha estado confiado a cualquiéra tumba; Los cadáveres se levantan, los tajos se curan, las ataduras se caen de mí. Camino en tropel, rehenchido de supremos poderes, parte de una procesión cotidiana e interminable; Por las costas y planicies vamos, y cruzamos todas las fronteras delineadas; Nuestros veloces decretos prosiguen su camino por todo el globo, Las flores que llevamos en nuestros sombreros son el esfuerzo de miles de años. ¡Eleves: yo os saludo! ¡Adelante! Seguid anotando, seguid preguntando.
Afterword
El ministerio de Whitman comienza en esta sección, con su ascensión de las profundidades de la vergüenza, el reconocimiento de que cada uno lleva una cruz, y la reanudación de “la fracción suspendida”, una frase misteriosa que apunta a varias direcciones –matemática, física, religiosa. Lo que está roto será curado en este poema, esta consagración, y de la “pétrea tumba” que contuvo el cadáver de Jesús hasta su ascensión al cielo, el poeta lidera “una procesión cotidiana e interminable” de gente, que se esparcirá por el mundo, cruzando fronteras como los discípulos enviados por Cristo, “como corderos en medio de lobos” para traer la Buena Nueva de que el reino de Dios estaba al alcance. Otra cosmología está a la vista, según el poeta, gobernado por normas dictaminadas en sus versos, edictos, conectando a cada uno y cada cosa a una visión más grande de lo que cualquiera se pudiese haber imaginado.
Una fuente de esta revelación era literaria: “Yo estaba estallando, estallando, estallando”, dijo. “Emerson me trajo un hervidero”. “El canto de mí mismo” responde con un rotundo “sí” a la pregunta del ensayista “¿porqué no debemos nosotros disfrutar de una relación original con el universo?” Sus listas y catálogos que confirman la idea de que el individuo es la verdadera medida de la sociedad, el cuerpo político y el universo: cada uno de nosotros tiene una identidad separada y una relación separada con el todo.
“¡Eleves: yo os saludo! ¡Adelante!” Whitman nos convoca con la palabra francesa que significa estudiantes, con la misma ligereza que su descendiente poético Wallace Stevens, un aspirante Francés, que también procure crear su propio sistema de creencia, buscando figuras que pudieran ser suficientes ante la ausencia de Dios. “Todos somos parte de una fraicheur (frescura)”, escribió Stevens en su “Monjas pintando lirios acuáticos”, una frescura “inaccesible/ o accesible solamente en la ficción más subrepticia”. Whitman nos enseña a buscar esa fuente, que puede estar en el bosque de los sueños, subrepticia o no y beber profundamente de lo que perdura más allá de la hibernación del deseo de anotar, de preguntar, de decir: “¡Basta!”
—CM (Traducción L. A. Ambroggio)
Question
Al principio en el “Canto de mí mismo” Whitman ridiculizó a quienes “se sentían tan orgullosos de penetrar el sentido de los poemas” y prometió que si permanecías con él a lo largo de este poema “poseerías el origen de todos los poemas”. Pero ahora, al final de la sección 38, Whitman se refiere a nosotros como “Eleves”, vocablo francés que significa alumnos o discípulos, y nos dice que “Sigamos anotando, sigamos preguntando”. ¿Qué ha cambiado con respecto a la promesa del principio? ¿Se ha vuelto más difícil el obtener el sentido del “Canto de mí mismo” en las últimas secciones en comparación con las del principio? ¿Qué tipo de “anotaciones” piensas que Whitman imagina que su lector haría?