Prefacio

Photo A. Gardner, 1865,  white shirt.
Photo A. Gardner, 1865,  white shirt.

Sección 8 

Ahora el tono del poema se aquieta de un modo muy inquietante, cuando el “Yo” de Whitman se queda a un lado y observa. Observa una escena de nacimiento y una escena de muerte, con una escena de amor lujurioso entre medio. Como en la sección previa se proclamaba un mirón, con su mirada que penetra nuestra vestimenta hasta nuestros cuerpos;  así aquí levanta la cobija de un bebé para mirarlo, casualmente espantando las moscas, obtiene una vista a vuelo de pájaro de una pareja haciendo el amor en los pajonales y observa y describe un suicidio en un dormitorio. ¿Están relacionadas estas escenas? ¿Hay implícito un tipo de narrativa? ¿Es acaso este bebé que el poeta ve, el producto del consentimiento a los deseos sexuales de la joven pareja y el suicidio es resultado de la vergüenza de la joven mujer? ¿O son estas tres escenas no relacionadas de las diferentes etapas de la vida como el poeta cuando observa los júbilos y horrores que suceden en algún lugar alrededor nuestro cada minuto de cada día? 

El ritmo del poema se acelera en el momento en que Whitman nos da su primer catálogo urbano, cada verso captando un nuevo sonido y movimiento de la ciudad. En estos catálogos, escuchamos a Whitman en su mejor jerga, cuando registra el ruido incesante del paisaje urbano, como si el pavimento mismo estuviese parloteando, hablando sin parar, diciendo cosas indeterminadas.  Escucha “el sordo murmullo de las suelas de los zapatos, emplea el deletreo informal de “slough” (sordo murmullo), utilizándolo para significar, “arrastrándose por el barro”, captando al mismo tiempo el sonido de esos zapatos revolviéndose. La variedad salvaje de sonidos urbanos -La charla del pavimento, el sordo murmullo de las suelas de los zapatos, la conversación de los que pasan, el resonar, y los vítores y los gritos de furia y ecos de quejas y exclamaciones, mezcladas en una cacofonía de música urbana. Ésta es la versión de Whitman de lo que James Joyce llama “epifanías” o la creencia de William Carlos Williams de que “la poesía existe en el mero idioma que hemos estado escuchando toda nuestra vida”.  Simplemente escucha a las calles de la ciudad, dice Whitman, y oirás una gama completa de emociones humanas, desde los rezongos de quienes han comido por demás hasta los rezongos de aquellos “hambrientos”. La ciudad comprime toda la experiencia humana en una luz, un espacio ruidoso, y sus sonidos vibran siempre con significado.
Cuando Allen Ginsberg en los años 50, leyó el verso que termina “los aullidos que amordazan el decoro”, descubrió el origen de Aullido, su poema que definió a la generación Beat. “Aullido” desplegó lo que sucedió cuando todos esos aullidos reprimidos finalmente explotaron a través del revestimiento del decoro, soltando a aquellos que “cantaron desde sus ventanas desesperados, se cayeron de la ventana del subterráneo, brincaron en el asqueroso Passaic, saltaron sobre los negros, lloraron por todas partes, y vomitaron gimiendo en el inodoro sangriento, quejidos en sus oídos y la explosión de vapores colosales”. El poema de Ginsberg es una extensión de mediados del siglo XX del catálogo de Whitman, encontrando incluso poesía en los lugares urbanos más improbables. El “Yo” de Whitman permanece como el observador inmutable, mirando de cerca, absorbiendo lo bueno y lo malo, los adúlteros y las emergencias y las lujurias secretas, reportándolas, y luego yendo hacia adelante. Su “persona” aquí se asemeja a las “impasibles piedras” de la ciudad misma que “reciben y devuelven tantos ecos”. Los poemas siempre vibran a todo nuestro alrededor, si simplemente mantenemos abiertos nuestros oídos.

 —EF (Traducción L. A. Ambroggio)

El niño duerme en su cuna,
Entreabro la muselina y le miro un largo rato, luego silencioso espanto las moscas 
con la mano.

El joven y la muchacha de empurpuradas mejillas se alejan por la espesura del 
ribazo,
Yo los veo, curiosamente, desde lo alto.

El suicida yace extendido sobre el piso ensangrentado de la alcoba,
Observo los destrozados cabellos del cadáver, anoto el sitio donde ha caído el 
revólver.

La charla del pavimento, las ruedas de los carros, el sordo murmullo de las suelas de los zapatos, la conversación
de los que pasan,
Los ómnibuses pesados, el cochero con el alquila levantado, el resonar de los 
cascos sobre los adoquines,
Los trineos con su retintín, los jubilosos gritos, las peleas en la nieve,
Los vítores a los héroes populares, la furia de la muchedumbre arrebatada,
El paso rápido de una camilla (dentro llevan un enfermo al hospital),
El encuentro de enemigos, la súbita blasfemia, los puñetazos y la caída,
Los transeúntes que se apiñan excitados, el policía con su estrella, abriéndose paso 
rápidamente hasta el centro de la refriega,
Las impasibles piedras que reciben y devuelven tantos ecos,
Los gruñidos de los ahítos y de los hambrientos que se desploman en un ataque de 
insolación o de epilepsia,
Los gritos de las mujeres tomadas de repente con alumbramientos, apurándose a 
casa a partear,
El habla, vivo y escondido, vibrando siempre aquí; los aullidos que amordazan el 
decoro,
La detención de los criminales, los desdenes, los ofrecimientos del adulterio, la 
aceptación, el repudio hecho con los labios convexos,
Me interesa todo este espectáculo y sus resonancias--vengo, y luego me voy.

Afterword

Caminando por la ciudad de Nueva York, educado en la música del “Canto de mí mismo”,  uno podría escuchar una versión de la “charla del pavimento” ensayada en la sección 8: la gente en la Quinta Avenida abriendo espacio para un empresario que está gritando con su teléfono móvil, un veterano sin hogar bendiciendo a una anciana bajo los andamios de un rascacielos, un chofer de taxi pidiendo direcciones. La pasión (nacimiento, amor, muerte) provee la estructura melódica: un trío de pareados equilibrados en una estrofa de catorce versos –un soneto de verso libre en forma de catálogo; si la marca del tiempo ha cambiado para igualar el aceleramiento de la vida moderna, la clave es la misma: más, más. Observa y escucha, dice el poeta. En todos lados están las invitaciones. A lo largo de la ciudad durante la noche, solo o con alguien cercano, se podría sentir como si uno estuviese absorbiendo los sonidos de la charla de una multitud haciendo fila para un show, en el murmullo de una pareja posando para una fotografía en Times Square, en el tintineo de las herraduras de los caballos afuera de la entrada al Parque Central (Central Park),  o en el gemido de una sirena en el río… Estos son los ecos de lo que resonó en el oído del poeta que estaba a tono con la música de todas las “almas moviúsica de todas las “almas moviéndose”. El catálogo de Homero de los barcos navegando hacia Troya, la lista de árboles de Ovidio, las genealogías bíblicas –la enumeración es un instrumento poético muy rico. Y los nombres que Whitman les da a los diferentes aspectos de la ciudad,  su “charla, viva y escondida”, que resuena y se mantiene oculta, nos trae a la memoria la tarea de Adán. Este duro, este cosmos, es el primer ser humano de la democracia, de cuyas paredes invivibles surgen las almas de cada hombre, mujer, y niño, y el “Canto de mí mismo” une lo que los antiguos chinos llamaban “las diez mil cosas del universo”. Nueva York nos rodea completamente.

—CM (Traducción L. A. Ambroggio)

Question

Piensa sobre el catálogo de Whitman con los sonidos de la ciudad en esta sección. ¿Cómo sería diferente hoy este catálogo de sonidos en las ciudades? ¿Cómo serían diferentes los sonidos entre una ciudad y la otra, o entre una ciudad en un país en comparación con una ciudad en otro país?  ¿Cuáles son los sonidos urbanos dominantes en la actualidad?