El niño duerme en su cuna, Entreabro la muselina y le miro un largo rato, luego silencioso espanto las moscas con la mano. El joven y la muchacha de empurpuradas mejillas se alejan por la espesura del ribazo, Yo los veo, curiosamente, desde lo alto. El suicida yace extendido sobre el piso ensangrentado de la alcoba, Observo los destrozados cabellos del cadáver, anoto el sitio donde ha caído el revólver. La charla del pavimento, las ruedas de los carros, el sordo murmullo de las suelas de los zapatos, la conversación de los que pasan, Los ómnibuses pesados, el cochero con el alquila levantado, el resonar de los cascos sobre los adoquines, Los trineos con su retintín, los jubilosos gritos, las peleas en la nieve, Los vítores a los héroes populares, la furia de la muchedumbre arrebatada, El paso rápido de una camilla (dentro llevan un enfermo al hospital), El encuentro de enemigos, la súbita blasfemia, los puñetazos y la caída, Los transeúntes que se apiñan excitados, el policía con su estrella, abriéndose paso rápidamente hasta el centro de la refriega, Las impasibles piedras que reciben y devuelven tantos ecos, Los gruñidos de los ahítos y de los hambrientos que se desploman en un ataque de insolación o de epilepsia, Los gritos de las mujeres tomadas de repente con alumbramientos, apurándose a casa a partear, El habla, vivo y escondido, vibrando siempre aquí; los aullidos que amordazan el decoro, La detención de los criminales, los desdenes, los ofrecimientos del adulterio, la aceptación, el repudio hecho con los labios convexos, Me interesa todo este espectáculo y sus resonancias--vengo, y luego me voy.
Afterword
Caminando por la ciudad de Nueva York, educado en la música del “Canto de mí mismo”, uno podría escuchar una versión de la “charla del pavimento” ensayada en la sección 8: la gente en la Quinta Avenida abriendo espacio para un empresario que está gritando con su teléfono móvil, un veterano sin hogar bendiciendo a una anciana bajo los andamios de un rascacielos, un chofer de taxi pidiendo direcciones. La pasión (nacimiento, amor, muerte) provee la estructura melódica: un trío de pareados equilibrados en una estrofa de catorce versos –un soneto de verso libre en forma de catálogo; si la marca del tiempo ha cambiado para igualar el aceleramiento de la vida moderna, la clave es la misma: más, más. Observa y escucha, dice el poeta. En todos lados están las invitaciones. A lo largo de la ciudad durante la noche, solo o con alguien cercano, se podría sentir como si uno estuviese absorbiendo los sonidos de la charla de una multitud haciendo fila para un show, en el murmullo de una pareja posando para una fotografía en Times Square, en el tintineo de las herraduras de los caballos afuera de la entrada al Parque Central (Central Park), o en el gemido de una sirena en el río… Estos son los ecos de lo que resonó en el oído del poeta que estaba a tono con la música de todas las “almas moviúsica de todas las “almas moviéndose”. El catálogo de Homero de los barcos navegando hacia Troya, la lista de árboles de Ovidio, las genealogías bíblicas –la enumeración es un instrumento poético muy rico. Y los nombres que Whitman les da a los diferentes aspectos de la ciudad, su “charla, viva y escondida”, que resuena y se mantiene oculta, nos trae a la memoria la tarea de Adán. Este duro, este cosmos, es el primer ser humano de la democracia, de cuyas paredes invivibles surgen las almas de cada hombre, mujer, y niño, y el “Canto de mí mismo” une lo que los antiguos chinos llamaban “las diez mil cosas del universo”. Nueva York nos rodea completamente.
—CM (Traducción L. A. Ambroggio)
Question
Piensa sobre el catálogo de Whitman con los sonidos de la ciudad en esta sección. ¿Cómo sería diferente hoy este catálogo de sonidos en las ciudades? ¿Cómo serían diferentes los sonidos entre una ciudad y la otra, o entre una ciudad en un país en comparación con una ciudad en otro país? ¿Cuáles son los sonidos urbanos dominantes en la actualidad?